martes, 27 de septiembre de 2011

LA GRAN VUELTA EN AUTOBÚS

Hace algunos años cualquier celebración en una ciudad dejaba un reguero de huellas que recordaban la naturaleza de la misma, en una especie de epílogo con regusto a nostalgia. Cuando finalizaban los días de feria los niños nos quedábamos varios días saboreando los buenos momentos vividos con los restos de casetas, columpios, puestos de turrón y barretas o alguna tómbola remolona que no habían sido aún retirados.
Hoy todo vestigio de celebración se limpia con una rapidez inusitada. No sé si es mejor o peor, sinceramente (supongo que dependerá del evento, porque imaginen lo que es dejar la basura generada por el botellón), pero lo cierto es que se acomete con la diligencia que impone la gestión eficaz que se exige ahora.
No obstante, también quisiéramos la misma celeridad para que desaparezcan carteles, pegatinas y otras muestras de las campañas electorales. ¿Quién no ha visto en su ciudad esos carteles que perduran días y días hasta que los agentes atmosféricos destiñen la cara del candidato u ondulan inevitablemente el papel?
La patrona de Granada es la Virgen de las Angustias y el último domingo de septiembre ‘procesiona’ por las calles más céntricas de la ciudad. Este último también lo ha hecho y, como cualquier año, dejando el asfalto salpicado de la cera de los cirios que portan los que componen la comitiva.
En los últimos años el Ayuntamiento de Granada se ha apresurado a eliminar la cera para el día siguiente. Este año eran las seis de la madrugada del lunes y un ejército de operarios se afanaban porque no quedara rastro alguno del evento del día anterior. Y en este caso con una razón de peso: la cera es un mal aliado para el tráfico rodado.
Pero ese mismo lunes el autobús que habitualmente tomo para desplazarme al trabajo llegó a la parada con notable retraso. Después vino una vuelta interminable, casi un paseo turístico por la ciudad (que la verdad, lo merece). El centro de la ciudad estaba cerrado a la circulación rodada por mor de las tareas de limpieza de la cera. Y como consecuencia: el resto de la ciudad sumida en un monumental caos circulatorio. Fue un lunes donde mucha gente llegó tarde al trabajo, a la cita con el médico o con el notario, y hasta con el amigo por no llegar a la hora acordada para tomar el café.
No sabría qué es mejor, si que se suspendan las procesiones, o que no se enciendan cirios en ellas o que después de los domingos de procesión las empresas, comercios y oficinas retrasen el horario de entrada al trabajo el lunes.
Al día siguiente, la festividad de la patrona de la ciudad sólo era un fervoroso recuerdo para los que la habían acompañado por sus calles, pero un incordio mañanero para todos los que habían de moverse en transporte público o vehículo propio.
Aunque acaso lo que lamento es que con la limpieza de la cera también haya desparecido esa otra gran fiesta que acompaña a esta festividad: la de los frutos del otoño y los dulces típicos para la ocasión. Acerolas, azufaifas, nueces, avellanas o tortas de cabello de ángel tuvieron en los tenderetes una exposición tan efímera como la de la cera en el asfalto. Quizá los hubiéramos disfrutado más si se hubieran ofrecido durante dos o tres días en los atractivos puestos de venta que ocupaban en la Fuente de las Batallas.
Por cierto, ahora que somos tan aficionados a ponerle precio a todo, ¿se ha calculado el coste en horas de trabajo, productividad y desgaste de nervios que sumó el caos circulatorio de la ciudad por mor de la dichosa cera?

domingo, 25 de septiembre de 2011

ESTADO PALESTINO

Hay acontecimientos históricos que nos acompañan toda la vida. Se asemejan a ese familiar al que vemos esporádicamente, pero con la frecuencia suficiente para mantener vivos unos lazos fraternales que nos recuerdan un sentido de pertenencia.
Con el conflicto de Oriente Próximo me ocurre algo parecido. Es como si formara parte de mi historia personal. De esa dimensión planetaria que inevitablemente nos sitúa como ciudadanos del mundo.
El conflicto palestino-israelí ya existía antes de que yo naciera, como mis abuelos o mis tíos.
Desde que tengo conciencia de los problemas del mundo (por entonces un imberbe púbero con aspiraciones a adolescente) he vivido con imágenes en la televisión donde una panda de jóvenes desarrapados lanzaba piedras a carros de combate monolíticos y a soldados bien pertrechados con casco calado, que me recordaban a los iconos militares de la primera guerra mundial. La misma imagen que avivaba los recuerdos de guerrillas a pedrada limpia que forjábamos los niños del barrio bajo y del barrio alto.
Desde que se hizo el color en la televisión de casa en las noticias de mediodía y la noche aparecían imágenes de cadáveres envueltos en telas de horrible estampado levantados por una turba arracimada profiriendo consignas ininteligibles, gemidos desgarrados, mujeres empapadas en lágrimas y deseos de venganza.
Desde que las cámaras de televisión han proliferado como hormigas hemos visto a un niño que moría en los impotentes brazos de su padre, el impacto de la sangre derramada (incapaz ya de reclamar nacionalidad alguna), sangre cubriendo el asfalto o chorreando por el respaldo del asiento de un autobús; hemos visto rollos de alambre de espino impidiendo el paso, altos muros de hormigón y hasta como la aridez se adueñaba de las calles, de los campos y de los rostros envilecidos.
Desde que las imágenes no han cesado de repetirse un día y otro, desde que las palabras no han sonado nada más que a mentiras, a desengaño, a promesas incumplidas, mi capacidad de rechazo, y hasta de indignación, lamentablemente no han hecho más que ‘acomodarse’, pero no languidecer.
Abu Mazen ha pedido a la ONU el reconocimiento de Palestina como Estado, mas no tiene visos de prosperar en un organismo con las manos atadas. EEUU pretende impedirlo.
EEUU se equivoca, Obama se equivoca. Ya sé que está el lobby judío, el poder financiero y muchas cosas más. Pero en este momento Obama se equivoca. Antepone otros intereses (seguramente más sustanciales para él, electoralmente hablando) a caer en la flagrante contradicción histórica de alentar cambios democráticos en los países árabes, al tiempo que cierra las puertas a la independencia de uno de ellos.
Quiere argumentarlo aduciendo a uno de los grandes fiascos de la historia: las conversaciones de paz entre israelíes y palestinos (tan sólo tiremos de hemeroteca). Nadie cree en ellas, ni los que negocian. No es más que una táctica dilatoria. En ambos países hay potentes poderes fácticos que se encuentran cómodos en la actual situación: ultraderecha judía y radicales palestinos. Estos tienen secuestrada a gran parte de la población de ambos países que sí quieren la paz.
No sé si se llegará a un Estado palestino o no, pero había que dar este paso en la ONU. Sólo cuando se produzca este reconocimiento internacional habrá paz.

martes, 13 de septiembre de 2011

SOCIALDEMOCRACIA: ¿PENSANDO EN LA RECONSTRUCCIÓN?*

Desde el Tratado de Maastricht, en que se potencia la unión económica y monetaria, la socialdemocracia, instalada en la confusión, se ha dejado llevar por los cantos de sirena del desarrollo económico más puro. Hasta el punto de ceder parte de sus creencias y principios en detrimento de una verdadera Europa de los ciudadanos que pudiera salvar el galopante sesgo de destrucción del Estado del bienestar que ha supuesto la construcción europea en términos del liberalismo ultramontano.

En el fundamento de la socialdemocracia existe un delicado equilibrio en el conflicto que se suscita entre la economía capitalista de mercado y la existencia de la sociedad del bienestar, es decir, entre el papel que juega el Estado y la inmersión en un sistema económico donde el mercado es la base que lo regula. De la preponderancia de uno u otro dependerá la dimensión social que se alcance en la sociedad, así como que se hagan realidad en mayor o menor grado las aspiraciones de justicia social, amparo a la dignidad humana y los derechos humanos, y la calidad de la democracia.

La coexistencia del pensamiento socialista en el seno de un sistema capitalista de mercado es lo que ha propiciado que la socialdemocracia lleve establecida en el mundo occidental democrático casi más de un siglo como una opción viable de poder. Pero esta coexistencia ahora parece estar en peligro ante la dimensión de la economía y los derroteros a que la han llevado las prácticas neoliberales. El mercado es insaciable y no entiende de justicia social, ni de Estado del bienestar, ni nada que se le parezca, tan sólo de beneficios y balance favorable de cuentas de resultados. ¿Qué tendría que hacer la socialdemocracia en esta encrucijada a que la ha llevado el mercado ultraliberal?

El mundo de hoy es un mundo globalizado. La socialdemocracia, obviamente, se tiene que adaptar a la globalización, lo contrario sería intentar navegar desde el fondo de la cascada hacia su inicio. Mas si tiene que entrar en la era de la globalización ha de procurar ir provista de principios de justicia social y patrones éticos y morales emanados de los derechos humanos. No siempre lo ha hecho y, por tanto, lo que aquí le reprochamos es que haya tratado o trate de adaptarse a cualquier precio.

¿Ante los retos del mundo globalizado necesitaría la socialdemocracia reconstruirse? Es obvio que cualquier sistema existente no es ajeno a la galaxia donde se integra y la interrelación que se produce entre sus componentes hace que las influencias sean recíprocas. En nuestro caso, el intercambio de planteamientos entre la socialdemocracia y el capitalismo se produce con más o menos intensidad e influencia, según acontezca. En este juego de fuerzas es donde la socialdemocracia no debe claudicar frente al neoliberalismo y mantener su rol de motor de cambio histórico ante las desigualdades e injusticias sociales. Un ejemplo: el impresionante crecimiento económico y tecnológico que se ha producido en las últimas décadas no ha evitado que vivamos en un mundo más injusto, más desigual y menos solidario. Ahora que vivimos una terrible crisis económica no sólo el crecimiento económico, como proclaman algunos visionarios, nos sacará de ella, sino también una mayor justicia social, mayor igualdad y otro modelo de relaciones internacionales que reduzca el desigual reparto de la riqueza.

Por otro lado, ¿es cierto que la globalización, la sociedad de las nuevas tecnologías o la debilidad y limitaciones de los Estados frente al ultraliberalismo económico han afectado tanto a la socialdemocracia hasta el punto de convertirla en un modelo inservible que necesita una transformación en sus fundamentos? Que el mundo ha cambiado es una realidad, pero no menos cierto es que desde distintas tribunas se ha instigado un pensamiento que devalúa a la socialdemocracia como opción válida para afrontar los retos del mundo actual. Se escuchan voces pidiendo que la socialdemocracia europea se transforme o, de lo contrario, podría ser barrida por una especie de huracán desencadenado por la competitividad mundial en lo económico. Y nos preguntamos: ¿en qué sentido tendría que transformarse, en adoptar los patrones del neoliberalismo triunfante o seguir fiel a sus postulados? El neoliberalismo es un depredador insaciable que busca que todo esté bajo su carpa, bajo la tiranía del patrón que lo rige: el mercado. Su objetivo, como el de otros grandes sistemas, es engullir al contrario, y la socialdemocracia está en el punto de mira.

Me preocupan las ideas y los discursos que últimamente se están escuchando desde la izquierda, en nuestro país referidos a la inminente reforma constitucional. A veces se expresan con el mismo lenguaje y los mismos términos que lo hace la derecha cuando hablan de desarrollo económico. Líderes de la izquierda que cuando todo iba bien se subieron a la cresta de la corriente favorable y, sin embargo, no introdujeron reformas y cambios para frenar la expansión alocada de la especulación. Líderes de la izquierda que han servido de bomberos para apagar el fuego que podría haber zarandeado los cimientos del sistema económico que nos ha llevado a la crisis: el neoliberalismo. Una más de las contradicciones de la Historia.

A tenor de lo dicho, ¿tendríamos que hablar de la reconstrucción de la izquierda? Quizá, pero también de la reconstrucción de un mundo que será imposible que siga sosteniendo todas las conquistas sociales que costó siglos alcanzar, y que ahora pueden desvanecerse en poco tiempo. De nada le serviría a la izquierda reconstruirse para perder lo ya conquistado, y lo peor: obcecada por intentar mantenerse en el mundo que otros le han diseñado pretender una reconstrucción bajo los patrones de este.

Reconstruir la socialdemocracia sí, pero no para perder sus señas históricas de identidad y dejarse arrastrar al piélago del neoliberalismo.

*Artículo publicado en el periódico Ideal, 10/09/2011.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

MEDIR EL TIEMPO DE TRABAJO DE LOS PROFESORES

Hoy he visitado un instituto, tenía una reunión con directores. Hemos hablado del inicio del curso y del trabajo que tenemos por delante en el resto del curso. He percibido buenas sensaciones en ellos, incluso su animosidad me ha servido de estímulo. Saben que por delante les espera un año académico con importantes retos y un trabajo arduo con los alumnos en el que no escatimarán esfuerzos. A veces se verán sobrepasados por esa insaciable petición de ‘papeles’ de la que hace gala la Administración educativa (quizá para justificar su propio trabajo o para ‘controlar’ mejor el de lo demás).
Cuando analizo en el capítulo 6 de La educación que pudo ser el papel del profesorado en nuestro sistema educativo no me duelen prendas para señalar la cuota de responsabilidad que le corresponde en lo que califico agotamiento (si quieren fracaso) del sistema educativo.
Pero hay declaraciones de responsables políticos que uno no puede pasar por alto, como si no hubiera escuchado nada. Declaraciones que demuestran la talla política de quien las ha pronunciado y la ignorancia (en tal caso, con osado atrevimiento) de quienes nos gobiernan.
Cuando me dirigía hoy a esa reunión, martes, 7 de septiembre, he escuchado en la radio unas declaraciones de la teniente de alcalde y concejala de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid, Ana Botella, en las que ha dicho que los funcionarios del Ayuntamiento de Madrid trabajan “muchísimas más horas” que los profesores y, aunque los admira, les ha pedido que asimilen sus horas a las que trabajan otras personas. Sin duda, tan atrevidas como desafortunadas, que vienen a sumarse a otras que se han escuchado en estos días por otros responsables políticos del Partido Popular, entre ellos, Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid.
En esta comunidad autónoma parece que se ha abierto la veda contra los profesores a cuenta de la crisis económica y de la apresurada búsqueda de recortes presupuestarios que atajen el déficit, fijando los ojos en la educación.
Decir que trabajan poco los profesores es una calumnia pública, decir que tienen más vacaciones que nadie, también lo es.
¿Qué aviesas intenciones se esconden detrás de estas palabras?
Estoy convencido de que es un falaz comentario decir que los profesores trabajan menos que otros funcionarios u otros empleados. Puede que haya alguno o algunos que trabajen poco, que no cumplan con su obligación, pero como lo puede hacer un funcionario del Ayuntamiento de Madrid a que se refiere la señora Botella, o como puede hacerlo también un médico, un bombero, un empelado de la limpieza pública o un político en el ejercicio de su cargo público.
Hoy he estado es un instituto y he hablado con algunos profesores, estaban trabajando: preparando la planificación del curso y organizando su clase. Cuando empiece la actividad escolar no sólo trabajaran 18 horas lectivas, (ó 19, 20 y hasta 21, como está previsto por la norma para los profesores de instituto) sino que trabajarán algunas horas más preparando clases, atendiendo a alumnos y familias, haciendo servicios de guardia, asistiendo a reuniones de departamento, Claustro y otros equipos docentes…
Que sepamos, eso también es trabajar. Y las horas dedicadas a estas tareas forman parte del cómputo de su horario laboral, hasta las treinta y cinco horas semanales.
Otra cosa más: se verán asimismo sometidos a un desgaste mental y psicológico que sólo quienes trabajan o han trabajado como docentes, en cualquier nivel educativo, saben a qué me refiero.
¿Qué ganamos con socavar el prestigio social de los docentes?
Un consejo para la señora Botella y otros acólitos ignorantes y lenguaraces: pasen un día de trabajo con un profesor y después me cuentan.

lunes, 5 de septiembre de 2011

SOCIALDEMOCRACIA: NADANDO EN AGUAS EXTRAÑAS*

La socialdemocracia no ha traído el neoliberalismo pero tampoco ha hecho nada, o casi nada, por evitarlo. En esta época de incertidumbres, a que alude Amin Maalouf, cabe englobar también la debilidad que presenta el poder político y la confusión ideológica que nos sobrecoge.

Desde hace ya dos largos años estamos viviendo una crisis del modelo liberal (ultraliberal) que no de la socialdemocracia, a pesar de los adversos resultados electorales. Una crisis, como es habitual en el modelo capitalista, que está afectando menos a los que la han provocado, los que se ubican en los palcos de la economía, que a los que se sitúan en el patio de butacas: la población, en general. Se trata de una crisis a la que por el momento no tienen solución ni los gobiernos de derechas ni los de izquierdas, porque ambos han cedido el terreno de la gobernabilidad al poder económico: los mercados. Estos son los que dictan las pautas a seguir. En semejante coyuntura, y en total connivencia con los principios del sistema imperante, la derecha sigue encontrándose en su hábitat natural. La izquierda, por el contrario, no.

La impresión que tenemos es que la izquierda europea, concentrada sobre todo bajo la fórmula de la socialdemocracia, está nadando en aguas extrañas. Las soluciones apuntadas a la crisis actual, siguiendo el patrón del neoliberalismo (flexibilización del despido, recortes sociales, mayores prebendas para multinacionales…), nunca pueden ser asumidas por la izquierda, salvo a riesgo de menoscabo de los principios que la sustentan. La derecha, en buena lógica, no tiene problemas para ello.

En el actual panorama político europeo todo indica que la izquierda parece diluirse frente a una derecha que se encuentra más cómoda en el escenario económico y financiero que se construyó, al menos, hace ya dos décadas. En ese escenario la izquierda siempre ha remado contracorriente, aunque en tiempos de bonanza le haya resultado más fácil. Ahora bien, cuando los tiempos se tornan revueltos económicamente su esfuerzo para surcar las turbulentas aguas de la economía tiene que ser titánico, ya que su horizonte social está más comprometido que nunca y le resulta más difícil mantener a flote sus postulados: políticas sociales, políticas de igualdad…

La socialdemocracia a mi entender no está en crisis, como se pretende hacer ver, lo que está en crisis es el sistema capitalista. Es posible que la socialdemocracia necesite un ‘lifting’, pero no para adaptarse al sistema neoliberal sino para introducir ideas y presupuestos que ayuden a transformarlo. Un reto que la socialdemocracia tiene difícil de asumir en los tiempos que corren, pero no imposible. El sistema neoliberal no es el mejor modelo económico, aunque ahora nos tenga atrapados por los cuatros costados, porque se ha revelado como un modelo inoperante para ayudar a las personas. No tenemos más que echar un vistazo a nuestro mundo para comprobar que las desigualdades entre países y entre personas, la distancia entre riqueza y pobreza, el reparto de esa riqueza, o los niveles de pobreza existentes, probablemente no hayan sido más acentuadas e injustas en toda la historia de la humanidad. Los medios económicos y tecnológicos presentes son suficientes para cambiar dicha dinámica de modo radical.

En las sociedades occidentales asimismo hay otras tendencias que son determinantes. Cuando hay poco que repartir la gente busca quien le asegure una parte en el reparto, casi siempre menoscabando valores como la solidaridad y la igualdad. La crisis ha debilitado tanto la economía mundial como las nacionales, pero sobre todo las individuales, las de cada ciudadano. Y aquí es donde radica una parte de la lógica en la que se desenvuelve la democracia actual.

La segunda mitad del siglo veinte ha modelado en los ciudadanos una mentalidad basada en la fuerza de la posesión y el consumo. Y la primera consecuencia de ello ha sido el resentimiento de nuestra concepción democrática en favor de un principio perverso: quien nos asegure ambas prebendas será a quien votemos. Cada vez queda menos gente que vota por convicción ideológica. Perder el apoyo de las clases medias y las clases populares es fácil, ya no se les atrapa con grandes ideas universales sino con lemas y propaganda que proclaman asegurarles el bienestar y el bolsillo. Lamentablemente, hasta aquí es donde hemos llegado, así es como se ha educado a la población: tener, poseer, consumir, y menos ‘ser’.

En esto radica otra realidad constatada en la evolución de la socialdemocracia: su despersonalización pretendiendo sumarse a los postulados neoliberales. Un reflejo de ello es la aparición de modelos híbridos como el ‘social-liberalismo’. Muchas políticas socialistas han virado hacia este nuevo modelo en un intento desesperado por mantenerse en un sistema económico que le es extraño, y de camino en el poder. Algunos líderes socialistas han desvirtuado el socialismo, traicionando principios, valores y postulados. España desgraciadamente ha sido un ejemplo de ello. América Latina, por su parte, es un batiburrillo de todo esto, en el que quizá sólo se salve Brasil.

La socialdemocracia tiene que seguir priorizando a las personas frente al capital. La izquierda tiene que seguir marcando su diferencia política con la derecha en razón de esta máxima. La confusión de políticas, de ideas, de prácticas políticas entre derecha e izquierda está haciendo que la gente crea que todas las opciones políticas son iguales. Esto es lo que debe evitar la izquierda aun a costa de mantener un discurso que en esta época de crisis es más difícil de sostener, pero que a la larga la gente valorará y comprenderá mejor. Al menos así la socialdemocracia se moverá en aguas propias y con una honestidad que la honre.

*Artículo publicado en el periódico Ideal, 31/08/2011.