lunes, 31 de diciembre de 2012

GOBERNAR SIN SESO

Hace unos meses El País publicaba un artículo, “Gadafi gobernaba con el sexo”, al hilo del libro de la periodista Annick Cojean, Las Presas. En el harem de Gadafi, en el que nos cuenta el historial de crímenes sexuales del que se hacía llamar “Papá Muamar”. En el libro, la periodista dibuja a un líder de apetito sexual insaciable, violador de mujeres, de hombres y cualquiera sabe de qué más. Ahora vuelve a revivir el artículo al incluirlo en la web entre lo más visto de 2012. Cuando apareció por primera vez me llamó la atención, me quedé con las ganas de escribir una entrada referida a su contenido. Entonces se me pasó por la cabeza hablar de la buena consideración que Occidente tuvo con el dictador libio tras saldar la cuenta del atentado de Lockerbie y cómo se convirtió en el ‘chico bueno y obediente’. Hasta hubo dirigentes de países occidentales que lo recibieron con los más altos honores a pesar de saber de qué pie político y personal cojeaba, era tan fácil como taparse la nariz y obviar sus ‘virtudes’ de vanidad, egocentrismo, crueldad y despotismo. Pero para obviar tanto también hay que servir, o simplemente no tener escrúpulos.

Como no lo escribí entonces, ahora aprovecho la oportunidad para hacer lo que no hice, si bien en este caso el artículo sobre el ‘Gadafi que gobernaba con el sexo’ y que satisfacía su irrefrenable apetito sexual sin importarle a quien atropellara en el camino, me sugiere cosas distintas. A tenor de lo que cuenta Cojean, Gadafi a lo que se ve tenía concentrada en el sexo toda la capacidad de gobernar y de tomar decisiones. No sé si habrá entre los dirigentes que hoy nos gobiernan un caso parecido, ¡cualquiera sabe!, y si lo hay, lo disimula más que el libio. Ahora bien, seguro que habrá muchos dirigentes que no gobiernen con la entrepierna, pero sí es más probable que lo hagan con los intereses muy particulares metidos en el entrecejo para aprovecharse y para mantenerse en política. La corrupción es el ejemplo más claro de ello, donde los intereses más personales se anteponen a los intereses generales, y donde se utiliza la política para favorecer lo más íntimo. Es así como llevamos una larga temporada (un puñado grande de años) en que la sinvergonzonería se ha extendido y enquistado en la vida pública española minando la credibilidad de partidos y de políticos. Si los partidos políticos tuvieran un sistema de elección democrático para sus dirigentes y sus representantes en parlamentos, quizá este filtro podría permitir la elección de los mejores, pero si el sistema es que un supuesto líder o ‘lideresa’ escoge a su capricho, servicios prestados, connivencia e intereses muy particulares a quienes han de formar parte de una lista electoral, privando que la posibilidad de que las personas que compongan esa lista sean elegidas por militantes y simpatizantes con criterio democrático y con rigor de competencia, entonces es fácil deducir lo que nos espera: lo que tenemos.

El ejercicio de gobernar casi nunca se alcanza por méritos o por seso, son otros factores variopintos los que intervienen. La catadura moral de quien ejerce el poder no siempre es condición sine qua non para ejercerlo, ni siquiera la inteligencia que se requiere. No siempre nos gobiernan los más capacitados. En los últimos gobiernos de España (socialistas y populares) tenemos ejemplos preclaros de ello. Hombres y mujeres de escasa capacidad, de perfil bajísimo, han formado y forman parte de gobiernos que no tienen la talla para afrontar la tarea que se les encomienda. Ministras y ministros que acaban o acababan de salir del bachillerato o de un centro de adultos, sin formación ni académica ni personal, sin la madurez suficiente para estar en un puesto de tanta transcendencia, sin ideas para poner en práctica, salvo algunas ocurrencias que sólo ellas o ellos creen. Ministros y ministras que no aportan o aportaban nada a su parcela ministerial, si acaso enfollonar la economía, la justicia, la sanidad, la educación o la cultura. Ahora bien, de este desaguisado son responsables, lo mismo o más, quienes los han designado. Entonces: ¿qué podemos esperar a cambio?

lunes, 24 de diciembre de 2012

PAUSA PARA MEDITAR

Esta mañana me he encontrado con una entrada en el blog El salto del Ángel titulada ‘Una pausa’, del que es autor Ángel Gabilondo, tan reflexiva como suelen todas las que en él se incluyen. La de hoy me ha interesado especialmente porque, ante los tiempos que corren, nos llama a establecer una pausa en muchos órdenes de nuestra vida. Como dice el autor: “de vez en cuando conviene detenerse. No sólo para tomarnos un respiro, sino también para poner en cuestión lo que damos por supuesto”. Acerca de ella me he permitido incluir un comentario que quiero compartir con vosotros.

“Será difícil que el mundo se pare, pero hay momentos en que le convendría sosegarse, interrumpir ese todo fluir de Heráclito, esa imperiosa continuidad del ‘Élan vital’ de Henri Bergson, si en nuestras manos estuviera. Quizá en este tiempo que no ha tocado vivir sea más necesaria que nunca una pausa. Y no me refiero a ello por estar en fechas navideñas, que tan sólo han venido a cruzarse en este comentario, sino al tiempo convulso que nos ha tocado vivir. Siempre ha habido tiempos convulsos, cada generación ha tenido los suyos, pero este que nos ha tocado a nosotros, acaso por lo que nos afecta, sea de una convulsión desmedida.
Mas esta necesidad de la pausa pensamos que sería doble. Por un lado, una pausa como estrategia personal de un sosiego del que solemos carecer. Se trataría de una parada acompasada con nuestros quehaceres que nos aportara una mejora óptica de nuestra visión de la vida próxima y del mundo que nos rodea. Que nos sirviera de modulación para nuestra trayectoria vital, para las querencias, los anhelos e, incluso, los sentimientos, a veces poco concernidos con las necesidades que manifiesta nuestra propia existencia.
Por otro, una pausa como estrategia colectiva que frene esas estúpidas y groseras maneras de llevar la convivencia, o las nefastas consecuencias que provocan en la vida de los demás las poco meditadas, tendenciosas o interesadas decisiones políticas, sociales o económicas que cada día nos sorprenden.”

Gabilondo termina la entrada de su blog diciendo: “en ocasiones, nada nos impulsa más que una pausa, pero no siempre lo hace en la dirección previa o prevista. Por eso, algunos nos proponen no parar, no parar jamás, continuar sin desmayo. Y sin hacernos demasiadas preguntas. Saben que una sencilla pausa podría revolvernos”. Y es que hay quien teme más a la reflexión y al pensamiento crítico de las personas que a las algarabías que se prodigan en la calle.

domingo, 16 de diciembre de 2012

CULTURA DE LAS ARMAS

Hace ya tiempo que aquel antiamericanismo que un día provocara el rechazo hacia todo lo que provenía de Estados Unidos ha ido mitigándose, cuando no despareciendo, al menos en países europeos. Nos alegramos de ello, casi siempre los sentimientos de rechazo suelen provenir de enfoques desajustados distorsionadores de la realidad. A ello han contribuido muchas cosas, quizá la caída del muro de Berlín y la desaparición de la política de bloques haya sido la causa principal, pero también un cierto amago en las pretensiones imperialistas, ahora tal vez más disimuladas, y el proceso de ‘humanización’ que se inició con la victoria electoral de Obama en 2008. Sin embargo, hay dos cosas que nos recuerdan que esta inmensa nación comparte una especie de primitivismo, totalmente anacrónico, desfasado en lo que representan los valores de un país democrático y desarrollado: la pena de muerte y lo que se denomina ‘cultura de las armas’. Y es que las matanzas a manos de individuos armados que, de manera reiterada nos asaltan en el tiempo, no ocurren con la misma frecuencia en Estados Unidos que en otros países desarrollados.

Las armas de fuego forman parte de la vida de los estadounidenses como aquí el cuchillo jamonero. La afición a las armas se fomenta desde niños, se inculca que una manera de entender la protección de la vida personal y familiar se hace empuñando un arma. El documental de Michael Moore de hace diez años Bowling for Columbine mostraba la dimensión que alcanza la ‘cultura de las armas’ en Estados Unidos; en algunas imágenes incluso se veía cómo los padres adiestraban en el manejo de las armas a sus hijos como si les enseñaran a pedalear en bicicleta. No se trataba de niños de entornos rurales o de montaña, donde cabría pensar en la caza como excusa, sino niños de entornos urbanos donde la caza, en todo caso, se realiza en el supermercado. Estos pequeños aprendían, e imaginamos que aprenden, antes a manejar una pistola o un rifle que a saber que los huevos no provienen del supermercado sino de las gallinas. Sabemos que existen dos grandes fuerzas que favorecen el arraigo de las armas en la vida cotidiana del estadounidense: la segunda enmienda de la Constitución norteamericana que parece reconocer el derecho a poseer armas de fuego; y el interesado influjo de la industria armamentística y, sobre todo, de la Asociación Nacional del Rifle, un lobby de gran influencia en el país.

La sociedad estadounidense no está más o menos enferma que lo pueda estar la española, la finlandesa o la noruega. Cada una de ellas tiene su episodio bárbaro donde un individuo cometió en algún momento una horrenda matanza de dimensiones más o menos parecidas a la reciente de Newtown. Nosotros tenemos la que perpetraron los hermanos de Puerto Hurraco, Noruega la de la isla de Utoya y Finlandia la del instituto de Tuusula. La historia reciente nos indica que se trata de episodios aislados que quedan anclados en el tiempo. Pero en Estados Unidos este tipo de episodios sangrientos pasan de manera tan periódica que deben conducir a una profunda reflexión acerca de la tenencia y el uso de armas entre la población. La enajenación mental, la soledad, la paranoia o la venganza son desajustes de la mente humana que están presentes en todas las sociedades, pero cuando alguien se ve afectado por alguno de ellos lo que no suele tener a la mano en muchos países es un arsenal de armas a las que recurrir cómodamente, ni el convencimiento social de que pueden utilizarlas con tanta facilidad.

sábado, 8 de diciembre de 2012

LAS CATEGORÍAS DE KANT NO FUNCIONAN EN LA NOCHE

Las categorías de Kant no funcionan en la noche me llegó con la lluvia, como si esta circunstancia meteorológica fuese premonitoria de la capacidad de calar muy adentro que tiene la poesía de Julio César Jiménez (Málaga, 1972). Al abrir la puertezuela del buzón adosado a la cancela de entrada a la casa temí que el agua, cayendo desde la madrugada, hubiera estropeado el libro contenido en un sobre que se mostró al pronto con algunas manchas de humedad. Afortunadamente no fue más que un breve temor disipado al momento.

No sé si, como dice Julio César Jiménez, las categorías de Kant no funcionan en la noche, pero lo que sí es cierto es que este poemario es capaz de actuar como la causa que provoca el efecto de sentir que la realidad no es más que la búsqueda continuada a que nos somete nuestra propia existencia. Atrae el componente de lenguaje narrativo en que se articula la poesía de Las categorías de Kant no funcionan en la noche, hasta el punto de que en su lectura se alcanza una perfecta simbiosis entre narración y lírica, algo que el propio autor justifica muy pronto en el texto, ante el riesgo de que su discurso parezca manoseado, al decir que no tiene otro discurso capaz de explicar “cómo la claridad no llega nunca a algunos corazones”.

Estamos ante un poemario al que hay que acudir para escarbar en los riesgos de vivir, en la de ser como un proscrito en una realidad incómoda, en la de sentir que al rodear las esquinas a lo mejor vuelves al mismo lugar del que huyes. El pensamiento, la filosofía, la vida, están presentes en estos poemas que narran, que sobrevuelan, que alientan la duda más allá de cualquier certeza.

Me detengo un instante en uno de los poemas:

“No puedes decir voy. Estás. Me tienes
dentro tuya y sin embargo vienes a mí.
Vienes porque, aunque eres un sueño invariable
(un melancólico pilar de ternura), el amor, papá,
no coagula sin abrazos.

Y sí, yo podría decirte: soy esa verdad tuya que te colma
creciente en ti como en otros hombres
que aspiren a vivir a través de mía.
Pero tú eres el lugar donde los andamios del cariño,
las palabras de emoción y curiosidad, el aprendizaje,
mis tabiques blancos en el corazón.”

martes, 27 de noviembre de 2012

DÍA DEL MAESTRO

Aún recuerdo a mi maestro don Francisco. Le profesaba el mismo respeto y consideración que todavía pervive en mi recuerdo, aunque no he sabido nada de su vida –ni siquiera si acaso vive–. Hay vivencias que antes de olvidarse son las que nos han convertido en lo que somos, y de aquel hombre alto, grave, serio y bondadoso han perdurado, aparte de su buen hacer, su paciencia infinita, su empeño porque aprendiéramos, su interés porque nos convirtiéramos en personas integras y respetuosas.

Aunque los calendarios escolares ya lo han relegado a otras fechas más ‘racionales’, porque se impone la reducción de días festivos desperdigados a tenor de ese criterio economicista que racionaliza los calendarios, lo cierto es que hoy 27 de noviembre era el día en que celebrábamos cada año en la escuela el Día del Maestro. Lo mismo nos daba que se tratara de una festividad religiosa en honor de San José de Calasanz, lo importante es que era un día especial donde se decía al resto de la sociedad que se festejaba la noble profesión de maestro. Ahora ya no se celebra, al menos en esta fecha, ya es como si ello llevara parejo ese distanciamiento que se observa entre la sociedad y el maestro, entre la respetada figura del maestro y el trato menos atento, más desconsiderado y menos valorado que ahora se aprecia. Es evidente que se ha desvirtuado gran parte del respeto que la sociedad tiene hacia las personas que cultivan profesiones de entrega a los demás. Los maestros son más que alguien que trabaja en una escuela, que ocasionalmente atiende a nuestros hijos, que trata de enseñarles, los maestros son arquitectos de un saber y de un pensamiento, cultivadores de valores que todos deseamos para nuestros hijos, colaboradores imprescindibles en la educación de estos. No obstante, esto es lo que habitualmente no se valora. Siento pena del trato poco considerado que a veces le profesan padres y alumnos, estos reproduciendo a las pautas que observan en los primeros, a muchos maestros. Un trato que ha aumentado de modo alarmante entre las generaciones de padres que están entre la veintena y treintena de años, cuando deberían ser los que hubieran recogido los mejores valores de nuestro sistema educativo de los años ochenta y noventa. La experiencia no nos dice otra cosa.

Lamentablemente la sociedad actual exhibe con toda impunidad modelos de comportamiento donde se devalúa el gusto por el saber, el gusto por el conocimiento, el gusto por la solidaridad, el gusto por el respeto, el gusto por valorar a los que se entregan a los demás… Concluyo con unas palabras que escribía en La educación que pudo ser: “Hoy los maestros se quejan de que su profesión no tiene la consideración social que por su aportación a la sociedad debería tener. Ni sienten el respeto de la sociedad. Llevan bastante razón en esto, aunque sea un mal compartido por otras muchas profesiones… De cualquier modo, la falta de consideración y de respeto ha llegado a unas cotas que creo que deberían hacernos reflexionar a todos”.

martes, 20 de noviembre de 2012

UN AÑO PARA OLVIDAR

La ventaja que tenemos los que miramos con ojos de historiadores los acontecimientos que ocurren cada a nuestro alrededor es que no precipitamos las conclusiones hasta tanto no las sustenta el paso del tiempo. Nunca creemos del todo las palabras y las promesas de un político hasta que sus acciones las confirman o las desmienten. Hace un año el Partido Popular ganó unas elecciones generales con mayoría absoluta después de pasarse los tres anteriores alimentando la falsa imagen de que si accedía al poder acabaría con la crisis en poco tiempo. La ingenuidad o, quizá mejor, la desesperación de los españoles ante los efectos de una crisis que causaba ya estragos le creyó, y por eso le dio su confianza. Fue un 20 de noviembre, una fecha enquistada en la historia de España. Y es que tal día como este de 1936 moría en prisión José Antonio Primo de Rivera; y otro 20 de noviembre, pero de 1975, hacía lo mismo, es este caso en la cama de un hospital, quien había estado al frente de un régimen dictatorial producto de una guerra civil, Francisco Franco.

Ha pasado un año de la victoria electoral, y no sólo se demuestra que Mariano Rajoy y su partido engañaron al pueblo español con el único objeto de alcanzar el poder, sino que hoy España es un país donde se ha agudizado más la crisis y sus efectos sobre la población son más devastadores. Gobernar con un ‘sentido reformisma’, ha dicho la secretaria general del PP María Dolores de Cospedal para etiquetar este primer año del gobierno de Rajoy, al referirse a las medidas adoptadas en este año para salir de la crisis. No obstante, a la vista de cómo han discurrido los hechos más bien creemos que ese denominado ‘sentido reformista’ no ha tenido otra vocación que gobernar con el único objetivo de reparar los daños del naufragio financiero provocado en España por el sistema financiero alemán y español. Y la percepción es que cuando se restañen la heridas de la banca entonces vendrá el momento de la gente, pero para entonces sólo quedarán las migajas y habremos perdido muchos de los derechos que se habían conquistado en décadas. Entre tanto, la cultura, la educación, la sanidad o la atención social de la ciudadanía seguirán viéndose mermadas porque, como dice Cospedal, son necesarias unas reformas que, para nosotros, no tienen otro objeto que detraer recursos de la ciudadanía para que los que han provocado la crisis económica no sientan sus efectos. Increíble el grado de insolencia y desfachatez de semejante ‘sentido reformista’.

Hace un año el pueblo español se dejó engañar por quienes han demostrado que su única política ha consistido en convertirse en ejecutores de las políticas impuestas desde Alemania y la Troika por encima de la ciudadanía española sobre la que se ha cargado todo el peso de la crisis.

martes, 13 de noviembre de 2012

LEER, SIEMPRE LEER

Mis viajes en autobús casi siempre son gratificantes. Es seguro que me envuelvo en la lectura y nunca me resultan pesados. El de esta mañana ha sido especial. Del asiento de atrás me ha llegado la vibración de una voz infantil que repasaba junto a su madre la lectura diaria de una página de la cartilla escolar, que a buen seguro le está sirviendo para dar sus primeros pasos en el aprendizaje de la lectura. “La vaca es vieja”, escuchaba con atención la sonoridad tonante, casi como toques estruendosos de tambor, lanzada por quien todavía con titubeante y vaga imprecisión trata de leer con exigente esfuerzo. Los golpes rotundos y explosivos de voz marcaban sílaba a sílaba las palabras, y entre ellas, como entrelazado, un silencio a modo de antesala para la salida sonora de la siguiente sílaba. Me imaginaba, mil veces vistas, esas palabras escritas con trazo sereno y colorido sobre la hoja blanca de la cartilla. Y en el asiento de delante, yo, envuelto en mi lectura de Los enamoramientos de Javier Marías, el mismo al que su pregonada coherencia le ha llevado a rechazar el Premio Nacional de Narrativa hace unos días, despejaba de cuando en cuando la abstracción que me produce la lectura para escuchar al iniciático lector. ¿Será un buen lector cuando sea adolescente o adulto?, ¿será tan afanado en la lectura como se muestra esta mañana?, ¿cuántos libros le quedaran por leer en su vida?, ¿alcanzará ese nivel óptimo de compresión lectora que tanto maltrata ahora a nuestros alumnos?, pensaba entre pausa y pausa en la lectura.

“Mi papa me lleva de paseo”, resonaba desde el asiento de atrás. Y mientras yo seguía leyendo: “A Luisa le han destrozado la vida que tenía ahora, pero no la futura. Piensa cuánto tiempo le queda para seguir caminando, ella no va quedarse atrapada en este instante, nadie se queda en ninguno y menos aún en los perores, de los que siempre se emerge, excepto los que poseen un cerebro enfermizo y se sienten justificados y aun protegidos en la confortable desdicha”. Es obvio que este chico no se quedará atrapado y a la vuelta de unos meses será capaz de desprenderse de esta lectura vacilante y leer con soltura y agrado. Y seguro que leerá muchos libros que le entusiasmaran. Es lo que pensaba mientras oía su voz tonante.

Esta mañana he escuchado un sonido tan maravilloso, desacostumbrado a oírlo ahora y tan frecuente en otras épocas de mi vida, que ha sido imposible que lo confundieran las voces aceleradas y estridentes del resto de pasajeros, los ruidos mezclados de un autobús abarrotado de gente, ni siquiera la música de los altavoces que salpicaba el aire atrapado en el interior del vehículo de una mañana fría. Ese sonido torpe y sobradamente articulado de una voz infantil me ha sonado a caminos abiertos, a alentadoras esperanzas, a antesala de mil aventuras que le fascinaran, al preludio de un espíritu que se colmará de lecturas inagotables. Algún día este niño descubrirá a través de la lectura muchas historias, y quizá encuentre, como yo hago ahora, el ensimismamiento y la serenidad en la escritura de Los enamoramientos de Javier Marías.

viernes, 2 de noviembre de 2012

¿A QUIÉN LE INTERESA LA EDUCACIÓN?*

En Las uvas de la ira, la novela de John Steinbeck, una familia lucha en plena Gran Depresión por mantenerse unida ante tanta adversidad y la depredación de un sistema económico que había convertido a los seres humanos en bestias obsesionadas por la supervivencia. El clima social propiciaba tanta injusticia social como degradación de la dignidad humana. Los más elementales valores de la sociedad estadounidense estaban debilitados, socavando la ética y la moral de una sociedad en la que se habían instalado unas relaciones sociales marcadas por la injusticia y la desigualdad. El ser humano, vilipendiado, aspiraba tan sólo a recuperar una dignidad que le considerara al menos como ‘gente’.

A esto es a lo que parece que nos abocan las crisis económicas: a degradar valores y a perder derechos. Cuando las condiciones materiales de vida de la población disminuyen y las necesidades más primarias son desatendidas la sociedad se embrutece y se debilitan las razones de la civilización. Uno de los pilares de la sociedad: la educación, capaz de promover el espíritu individual y común, es la que suele verse menoscabada cuando aparece la confusión de los valores cívicos y las sórdidas miradas sólo buscan la alternativa materialista y economicista, olvidando que en la educación se encierra cualquier proyecto de futuro. Y ahora vemos como la educación en España está sufriendo desde muchos frentes un ataque despiadado, no sólo por aquellos que la gestionan, también por los que la utilizan como ariete de ataque sin mucho fundamento y sí con agreste demagogia.

Uno de los ataques le viene de la política de modo denigrante. La política como valor se relega, y entonces aparece la política timorata; hasta hacernos pensar que la educación no le interesa a la política, o tal vez sí, pero como campo de batalla, arma arrojadiza y excusa para enfrenamientos. Que los partidos políticos, en general, no alcancen un pacto por la educación es algo que está desconcertando a la opinión pública española. La iniciativa del ministro Ángel Gabilondo en 2009 fue torpedeada hasta agotarla. Entonces se apreció como, frente al interés general, primaban intereses partidistas, de grupos de presión patronales, confesionales y sindicales. Las diferencias se mostraron insalvables. Lejos de dotar a la educación de estabilidad, en tres décadas han proliferado continuos vaivenes como prueba irrefutable de la irresponsabilidad que siempre ha presidido la intervención política en la educación española. Todos queriendo confeccionar ‘su’ sistema educativo, próximo a sus presupuestos ideológicos, y no pensando que el único sistema educativo válido para la sociedad española tiene que tener como fundamento la democracia de todos, los valores cívicos y éticos de convivencia, así como la asunción interna de una responsabilidad compartida en la formación de los jóvenes en valores democráticos y en conocimiento. Sin pacto educativo la educación estará, como está, al socaire de los recortes de una crisis económica, de continuos cambios legislativos, de que una parte de los ciudadanos no la perciba como elemento sustancial de su proyecto de vida (recordemos la alta tasa de abandono escolar) o de que proliferen estériles disputas políticas que en nada la benefician. Me preocupa el desánimo que desvelan a diario los rostros de muchos docentes.

La convulsión que ahora vivimos en el mundo de la educación es prueba de ello. La desastrosa política que ha emprendido el ministro José Ignacio Wert ha venido a soliviantar nuevamente el mundo educativo, no para insuflarle las medidas de mejora que necesita, sino para remover principios ideológicos y políticos, incluso metafísicos, que no arreglarán nada. Informes internacionales, como McKinsey (2007) o Talis (2009), hablan de los factores que restan eficacia a los sistemas educativos, pero si observamos las propuestas de cambio planteadas desde el Ministerio de Educación (reválidas sin sentido, reordenación de la ESO, matizaciones curriculares…) ninguna de ellas se dirige a atajar los verdaderos déficits. Todas giran en absurdos planteamientos ideológicos y partidistas (polémica en torno a Educación para la Ciudadanía) que sólo buscan favorecer intereses de grupos de presión. Parece que no nos hemos enterado de lo que realmente necesita la educación en España para que su mejora sea una realidad. Y necesita, entre otras cosas, dirigentes que se preocupen de ella antes que de su cargo político o de la supervivencia en su partido, dirigentes que tengan sensibilidad por lo que representa la educación, que estén dotados de un sentimiento de desprendimiento, de vocación para hacer mejor educación, no mejor escaparate político. Y también, independientemente de su posición ideológica o partido político, dirigentes que miren hacia el interior de la educación y no a los ribetes de la misma sólo para contentar a los pedigüeños ideológicos o a los que ven en ella una oportunidad de negocio; que buceen dentro de ella con alma desprendida y no para ocupar un cargo público o un peldaño más en la escalada partidista. La educación no puede quedar para eso, nunca debe servir de plataforma para nadie, ni como recurso para colocar al político de turno que no tiene encaje en otro sitio.

Mientras la educación forme parte del juego político como mercancía de uso no solventaremos algunos de los problemas estructurales que hay en nuestro sistema educativo. Se aportarán todas las inversiones que se quieran, se harán todas las reformas que se deseen, pero nuestro sistema continuará como un enfermo al que no se le aplica el remedio adecuado. Ha llegado el momento en el que debemos evitar que la educación no sólo no se vea afectada por la crisis económica, sino que salga del juego político y que socialmente asumamos, como ya dije en La educación que pudo ser (2010), que la educación no es patrimonio de un partido político, de una institución o de un sector de la sociedad. Si la entendemos como parte de nuestra responsabilidad para con la sociedad habremos dado un paso muy importante para no utilizarla en nuestras cuitas personales.

*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 31/10/2012.

martes, 30 de octubre de 2012

LAS INSTITUCIONES NO SON CULPABLES

En otro lugar de este blog escribía que las instituciones deben estar por encima de quienes las representan. Siendo el armazón sobre el que se construye un Estado democrático, y estando avaladas por la soberanía popular como lo están, debemos poner todo el esmero en respetarlas y en no distorsionar lo que representan. Me ha dolido ver la imagen de representantes de sindicatos y padres de alumnos abandonar el Pleno del Consejo Escolar del Estado como rechazo a la no admisión a trámite de un informe del sindicato STES al anteproyecto de la nueva ley de mejora y calidad de la educación. Recuerdo el tiempo en que pertenecí a esta institución como consejero y como ese aire severo y solemne de los plenos imprimía, si cabía más, transcendencia a los temas debatidos. Luego, la realidad desmentía gran parte del trabajo allí realizado y me dolía saber que a las conclusiones de aquellos debates plasmados en informes se les prestaba poca atención por parte de las autoridades de la Administración educativa. Igual que ocurría con el trabajo realizado por los consejos escolares autonómicos.

La reforma que ha emprendido el ministro Wert me parece un auténtico desatino, aparte de por lo que propone, porque no es necesaria ni oportuna, ni va a solucionar nada en el mundo de la educación; al contrario, ya ha traído tanto desconcierto y enfrentamiento que se está alterando el clima escolar. Tantos intereses particulares e ideológicos como están detrás de esta reforma no hacen más que confirmar la ofuscada torpeza que está envolviendo todo este asunto. Las exageraciones se suceden de este modo, tanto por parte de sindicatos y representantes de la comunidad educativa como de representantes políticos. Hoy se ha escuchado decir al portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados, Alfonso Alonso, no sin cierto desahogo, que ‘la educación no funciona en España’. Bien es verdad que nuestro sistema educativo tiene sus desajustes y la necesidad de algunos cambios, pero con esta apreciación lo único que se hace es menospreciar el trabajo que están realizando miles de docentes, con dedicación a su profesión y con esmero en su labor. No puede venir un político, que tal vez no conozca la educación más que por los titulares de periódicos, a decir que la educación no funciona, sin más. Me ofende a mí, y me imagino que a muchos de los que trabajan bien y con profesionalidad cada día en la escuela.

Las instituciones no tienen la culpa de los excesos y los errores que cometen los hombres que los representan. Podemos reprobar al presidente de la institución, podemos mostrar nuestro desacuerdo en un debate, frente a un dictamen o un informe, pero nunca debemos menospreciar a una institución abandonando una sesión celebrada en ella. Las instituciones son las que dignifican a un Estado democrático, y también a nosotros como ciudadanos partícipes en ellas. Hoy ha salido perdiendo la educación y esta institución, el Consejo Escolar del Estado, que constituye la más alta representación del principio de participación democrática en el sistema educativo.

jueves, 25 de octubre de 2012

CRISIS QUE SE LLEVA VIDAS

Se cuenta que cuando estalló el crack del 29 se produjeron una serie de suicidios en cadena, gentes que se lanzaban al vacío desde puentes y edificios. Es la otra historia personal que se cuenta menos, o como parte del anecdotario. La de la gente que, aun padeciendo los acontecimientos de su tiempo reflejados en sesudos análisis en los libros de historia económica, no suele contarse salvo cuando al estudio histórico le damos mayor dimensión y abarca al ‘hombre’, a ese que definiera Lucien Febvre como el verdadero objeto de la Historia. Después de la caída de la bolsa, aquel fatídico martes de octubre, vinieron los años de la Gran Depresión. La precariedad se extendió por EEUU y por Europa, y se produjo el aumento de parados, las colas interminables para obtener productos de primera necesidad o la ruina de millones de personas que perdieron sus bienes, sus viviendas y en muchos casos hasta su vida. Era ese ‘hombre’ de Febvre el que sufría la escasez de productos, las consecuencias de la recesión de la economía, la falta de trabajo. Probablemente hubo cosas inevitables, pero no cabe duda que otras muchas sí se podrían haber evitado a poco que la codicia y la avaricia se hubiesen sujetado un poco.

Hace unos meses en Atenas un pensionista se pegaba un tiro ante la deriva en que entraba su vida, falto de recursos y socavada su dignidad como ser humano, después de toda una vida de esfuerzo y trabajo. En el día de hoy en Granada un hombre se ha ahorcado (así debería ser su grado de desesperación) unas horas antes de ser desahuciado por no poder afrontar la hipoteca que había contratado. No son los únicos, pero nos sirven como ejemplo para comprender hasta donde llegan los efectos perversos y dramáticos de la crisis económica para mucha gente. A los que los gobiernos tienen la obligación de encontrar soluciones, pero cuya cobardía política ha sido incapaz de poner remedio. En los años de gobierno socialista Zapatero fue incapaz de abordar el problema de las personas que no pueden pagar su hipoteca, y no apostó por la dación en pago, algo habitual en otros países de nuestro entorno desarrollado. Ahora el gobierno popular de Rajoy, ante el vendaval de desahucios que aumentan a medida que la crisis sigue masacrando a la población, tampoco está afrontado con valentía esta tragedia que sufren cientos de miles de personas. No haber acabado antes, y no hacerlo ahora, con una canallada de estas dimensiones, donde parece que lo único importante es preservar la cuenta de resultados de los bancos, es algo incomprensible.

Los desahucios en España están suponiendo un drama que está alterando el equilibrio de la sociedad. Vivimos en una sociedad que, además de injusta, ha visto como en los años de ilusa abundancia parecía premiarse la avaricia y la insolidaridad. La crisis ha venido a disipar el absurdo espejismo de aquella abundancia sin límites en que nos habíamos instalado. Ahora las tasas de pobreza se elevan de manera estrepitosa y la población sufre consecuencias indignas y lacerantes. Pero detrás de esta muerte ocurrida en Granada se encuentra también la codicia de muchos ejecutivos del sistema financiero que por su nefasta gestión acabaron arruinando los bancos y las cajas de ahorro en las que estaban al frente, en muchas ocasiones no por méritos propios sino por vergonzosas designaciones políticas de amiguismo y nepotismo.

De vez en cuando transito por las calles donde este vecino ha tenido tan trágico final. Son las calles de un barrio granadino, La Chana, donde viven miles de familias humildes, y sus hijos son los alumnos de los colegios que se reparten por la zona y que iban a comprar a la papelería de José Miguel Domingo. ¿A qué argumentos podremos recurrir ahora para explicar a estos niños lo que ha sucedido?

miércoles, 17 de octubre de 2012

MIEDO A LA EDUCACIÓN

He mirado esta mañana el rostro entre expectante y sorprendido de los alumnos de Secundaria que debatían sumarse a la huelga a favor de una educación pública sin recortes. Y me he acordado de cuando forjábamos nuestras primeras huelgas en la Universidad un año después de que muriera Franco. Y ahora medito que entre aquellos tiempos y estos otros han pasado muchas cosas, tantas que son inabarcables aunque estemos muchas horas recordándolas. Pero hay una que no se me olvida, y es con qué fuerza y decisión uno apostaba por forjar a sí mismo su propia personalidad y tener claro que tenía que pensar por sí mismo lejos de consignas y vagas directrices, que sólo tenía que conocer y estar bien informado para luego decidir lo que pensaba y los pasos que habría de dar.

Hace unos días nos ‘sorprendió’ la noticia de la niña pakistaní Malala Yousafzai a la que unos talibanes habían tiroteado porque iba a la escuela. Una manera de mostrar su tenebroso desacuerdo, no ya sólo infame sino cruel y cobarde. Esta acción demuestra que la educación y la cultura de una persona son para algunos sinónimo de miedo, y que mantener en la ignorancia a una persona o a un pueblo es el modo más sencillo de dominarlo.

Alrededor de nuestra escuela se ha instalado, si cabe últimamente más, la convulsión social. Desde el sentimiento nacionalista-independentista de algunos territorios que la miran como el lugar donde sembrar la semilla a su causa, como desde el sentimiento nacionalista-centralista que ve la educación como un buen instrumento de propaganda, y así el ministro Wert (¡qué penosa la deriva que ha cogido este hombre en su gestión como ministro!) ha hablado de españolizar los niños catalanes. Y es que todos pretenden atizar en la escuela ideas, pensamientos y maniobras interesadas que modelen la mente de los jóvenes a su favor.

Pretender utilizar la escuela no para educar sino para manipular la mente de los individuos, a veces con fines tan interesados que alcanzan la espuria, es tener miedo a la educación y a la cultura. Pretender utilizar la educación para imponer una determinada visión de la Historia, ya sea con deseos de construcción nacional , ya sea con intención de tergiversarla, es más que una mezquindad, es parte de la miseria humana. Pretender manipular la educación para adoctrinar demuestra el terror a contar con ciudadanos cultos y formados, y a que el individuo sea libre y piense por sí mismo. Y ahora digo yo a todos los que en estos días se mueven rondando a la educación, que no son precisamente los que trabajan cada día a pie de obra: ‘quien esté libre de pecado que tire la primera piedra’.

martes, 9 de octubre de 2012

TAPIAS DEL CEMENTERIO DE GRANADA

A la piel de las sociedades también se le aprecian las heridas. Y algunas ni con el paso del tiempo y el concurso de las mejores voluntades han podido restañarse. La guerra civil del 36 trajo consigo la tragedia y la destrucción, al tiempo que depositó la semilla de la represión y el sufrimiento continuado de millones de españoles. Pretender recuperar la memoria de los que fueron asesinados y abandonados sus cadáveres en cunetas no sólo es legítimo sino ética y moralmente necesario para la salud de una sociedad. En estos días se ha colocado una placa en las tapias del cementerio de Granada en recuerdo de los miles de inocentes que allí fueron fusilados. Esta acción que tan sólo pretende honrarlos ha suscitado una continua polémica en los últimos años. La controversia surgida en torno a las tapias del cementerio ha rayado en ese lado esperpéntico del modo de ser del español que ocupara el desasosiego literario de Valle-Inclán. En su tenor se entabló una absurda y grotesca disputa que consistía en que el Ayuntamiento gobernado por la derecha retiraba a la mañana siguiente la placa que la tarde antes había colocado la Asociación de la Memoria Histórica y los partidos de izquierdas que acompañaban en el acto. Ahora todo indica que ya no se podrá quitar porque una ley ha declarado este lugar de la tapia del cementerio como lugar de la Memoria Histórica.

El espectáculo que cada año se promovía en la ciudad de Granada desvelaba hasta dónde es capaz de llegar la ruindad del ser humano. El homenaje y la honra de las víctimas inocentes que salían en camiones de la plaza de toros hasta las tapias del cementerio para ser fusilados es lo menos que se merece un ser humano. Sin embargo, algo tan noble y sagrado provocaba una disputa innoble y depravada. Nunca he entendido esa actitud infame del Ayuntamiento de Granada empeñado en retirar una placa que tan sólo venía a honrar a los que allí habían muerto.

Detrás de esta polémica, y otras que se han suscitado en este asunto de la memoria histórica, hay razones, o sinrazones, que me preocupan: el rencor larvado que sigue existiendo en la sociedad española entre algunos elementos que están próximos a cada uno de los bandos que contendieron en la guerra. Hay como un poso de desprecio biliar que se oculta tras cada opinión, tras cada gesto, tras cada mirada torva, cuando se suscita este tema. Es como si la sociedad española mantuviese enquistado un mal que muchos no tienen intención de extirpar. Me preocupa que como pueblo no hayamos sido capaces de superar tantas divisiones y enfrentamientos cainitas que tan bien expresaba Machado cuando decía aquello de “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Y es como si el rencor anidara dispuesto a helar el corazón a la primera oportunidad que se presente.

lunes, 1 de octubre de 2012

ERIC J. HOBSBAWM, UNA VOZ PARA LA HISTORIA

Mis años universitarios ya quedan lejos. Tengo la impresión de que fueron mejores de lo que están siendo para los universitarios de hoy, acaso porque nos consumía el deseo de saber, porque nos acometían las inquietudes intelectuales y porque percibíamos estar rodeados de unos profesores ilusionados y comprometidos con su trabajo. Se me antoja que aquellos profesores que nos alumbraron caminos para el conocimiento hoy son rara avis, y los que de aquel entonces aún siguen les ha podido el mal de la desilusión. La Universidad disponía de menos medios, pero abundaba en los sueños. Sería por los tiempos que eran, que siempre nos marcan. Pero la lejanía de mis años universitarios no me impide recordar que en aquellos apuntes de Historia Contemporánea aparecía con frecuencia el impronunciable nombre de Hobsbawn. Era común cada año en la relación bibliográfica que nos daba el profesor en la primera clase del inicio de curso que apareciera el nombre de Eric J. Hobsbawn y algunas de sus obras, que luego nosotros consultábamos en la biblioteca del departamento o en la biblioteca de la Facultad. Estas obras, y muchas más, formaban parte entonces de mi entendimiento sobre la evolución de una Europa, pionera en la revolución liberal, que exportaba ideas y colonialismo por todos los rincones del planeta. La interpretación de la Historia que estaba contenida en la obra de Hobsbawn amoldaba el andamiaje de un conocimiento que me permitió comprender fenómenos políticos, sociales y económicos que otros modelos de interpretación histórica, basados en distintos patrones discursivos, eran incapaces de proporcionarme. Era así, a través de continuas referencias a Eric Hobsbawn, como aprendí las nociones más básicas de los entresijos de la Europa del siglo XIX y XX. Hoy cuando la muerte rescata el recuerdo de este historiador británico parece como si los apuntes y los libros consultados en la biblioteca del departamento, ajados por su continuado uso, casi obsesivo, con los filos de sus hojas rozados y a punto de desencuadernarse, estuviesen aquí mismo.

Historiador marxista recalcado, sin embargo Hobsbawn llegó a la conclusión de que las experiencias en la construcción de las utopías no habían sido tan buenas. Y tanto que no lo fueron, diría yo, pues de su fracaso se alimentó el capitalismo más salvaje que hoy hace estragos en nuestras vidas. Esta decepción de las utopías le llevó a afirmar que "hasta Marx, que soñaba con una sociedad sin dinero, sin mercado, comprendería que hoy es irrealizable". El triunfo casi constante del capitalismo es el triunfo de esa parte de la naturaleza humana que es tan difícil de modificar, la de la codicia en que se basa un sistema que es la antítesis de la solidaridad. Como lo es el lado salvaje que ni siquiera son capaces de ocultar o enmudecer los logros materiales e intelectuales del siglo XX a los que se aludía Hobsbawn al hablar del avance de una “nueva edad oscura", refiriéndose a nuestro tiempo. La Historia no enseña el camino, y también nos ayuda a ablandar las ofuscaciones y rectificar ideas prendadas en obsesiones y errores.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

LA CRISIS QUE FAGOCITA AL ESTADO

Quien inventó esta crisis sabía lo que se hacía. Está haciendo el negocio redondo: de una tacada se está cargando al Estado y a muchos de los derechos del ciudadano. El orden de las prioridades en este momento ha cambiado: la especulación está por encima de la vida de las personas, se atiende antes a la especulación que al salario que permite al individuo vivir o subsistir, según el caso. Pensaba que habíamos aprendido algo de la Historia, pero parece que no. Vamos a pagar más por los intereses de la deuda pública que marca la prima de riesgo que por lo que el Estado pagará por el salario de los funcionarios, es decir, pagaremos más a una cosa que se llama especulación, que genera beneficios a unos pocos, y limitaremos la subsistencia de millones de personas. Y es que los intereses en el mundo financiero no son otra cosa que un ejercicio de especulación y usura. La moralidad en el cobro de los intereses está íntimamente relacionada con el nivel de codicia exhibida por los que marcan su cuantía. Este cobro interesado no es una ley física como las de la naturaleza, ni un prodigio emanado de ella, es una soez trampa para detraer parte de los salarios y de las ilusiones de la gente en beneficio de los especuladores. Pero no falta quien pretende hacernos creer que esto obedece a una consecuencia de la lógica de la vida, que entra dentro de la normalidad, como si no supiéramos que no es más que una bocanada de humo que se vende y una aberración que no se sustenta más que en principios que escapan a la ética y moral cívicas.

La crisis económica fagocita al Estado, pero lo lamentable es que el Estado se deja fagocitar por los que mueven los hilos de la crisis en beneficio propio. Nunca antes se había procurado, desde que el liberalismo triunfara, una reducción del Estado como ocurre ahora. El Estado fue ganando espacio desde Adam Smith como garantía para el bienestar de la ciudadanía, pero ahora aprovechando la crisis económica se está instando a su adelgazamiento como medio más directo para destruir sus posibilidades de servicio a la ciudadanía. Liquidar los resortes del Estado del Bienestar no es controlar el déficit presupuestario es limitar los derechos de la gente. Y todo ello con un propósito de naturaleza espuria: transformar al ciudadano con derechos en un ente que viva sólo para procurarse la supervivencia. Es tan alto el grado de utilitarismo mercantilista que nos invade que hasta nos aterra pensar que se perderá al hombre nuevo que alumbró la Ilustración. ¡Qué sistema estamos construyendo que va en contra de las personas!

jueves, 20 de septiembre de 2012

LIBROS QUE NO SE HEREDAN

No sé qué va a pasar con mis libros el día que yo muera. Me refiero a los de mi biblioteca que, aunque modesta, ocupan un puñado de estanterías y muchos años de pausado acopio. Espero que mis herederos los conserven, aunque no sea nada más que por haberse convertido en una parte importante de mi vida. Cada uno tiene su propia historia, algunos me acompañaron durante los estudios en la Universidad, otros se fueron sumando a medida que despertaban un interés por su lectura. Cada uno encierra una historia que daría para un bonito relato. Cuando estoy cerca de ellos son capaces de evocarme tantos recuerdos que con solo la mera contemplación pasaría horas embargado en emociones y recuerdos vividos. Por eso, y muchas cosas más, sigue gustándome el libro en papel, aunque ya me haya subido al vagón de los nueves trenes de la tecnología con el kindle o la iPad. Es más que posible que en estos artilugios descargue en los próximos lustros tantos libros electrónicos que quizá ni siquiera tenga tiempo para leerlos en los años que me quedan de vida. La duda que me surge ahora es si estos libros, que no están en la biblioteca donde tengo los que he acumulado durante décadas, que sólo llenan páginas digitalizadas y que nunca estarán en las baldas de madera de una estantería, podrán heredarlos mis hijos o mis nietos, como los que están formados por hojas de papel. Los tendré en letra electrónica en mi kindle o en la iPad, ocupando un espacio que no se ve, como si con ello se pretendiera ganarlo a esa obsesión que el hombre ha tenido durante siglos por medir el territorio, acotar la tierra, fijar límites, delimitar el espacio de su casa, o verificar la medida de una pared antes de colocar una estantería. Y aunque mi biblioteca no aspira a ser la de una Facultad universitaria o una biblioteca municipal, y ganas no me faltan, me gustaría ver sus lomos disparejos juntándose en armonía sobre un estante, en una sucesión que siempre resulta atractiva, antes que ver sus títulos en una pantalla fría e impersonal.

Tenemos noticias de que las grandes plataformas de venta de libros, como Amazon o Apple, no permiten que se hereden los libros comprados a ellas. ¿Estamos ante una tiranía incomprensible?, quizá. Hemos pasado con las nuevas tecnologías a ser usuarios de un servicio y no propietarios de un bien tan preciado como es un libro, igual que ocurre con la música. Y esto ya no me gusta, porque es como si hubiéramos prestado un libro que luego no nos será devuelto. Si bien, antes que aquello, preferiría prestarlo a un amigo aunque nunca me lo devolviera; al menos, esa sería otra de las historias vivas capaces de acompañar a un libro. Por el momento me consolaré con que esos libros que con tanto aprecio guardo, que compré o me regalaron, algún día estarán en las manos de alguien que los sabrá apreciar.

domingo, 16 de septiembre de 2012

MÁS POLÍTICA ES NECESARIO*

Reivindicar el valor de la política parece estar de moda. Acaso sea porque la echamos de menos después de haberla denostado creyéndola poco necesaria para pensar en las cosas de la vida. Ha habido un tiempo en que era como si la política nos estorbara, como si su concurso fuese una obviedad innecesaria ejercida por los menos cualificados. Y ello nos ha conducido a tomar decisiones basadas en retóricas alejadas de principios de solidez contrastada; y también a atrincheradas 'políticas' de andar por casa que pensaban más en la efímera prontitud de lo inmediato que en las aspiraciones de futuro. Ahora cuando hemos querido darnos cuenta de que realmente nos hace falta para salir de la crisis y construir una sociedad más justa nuestro endeble andamiaje de valores y principios de moda se nos ha venido abajo.

Para qué queremos la política si con la gestión nos basta. Así podríamos interpretar uno de los mensajes que J. F. Lyotard lanzaba en La condición posmoderna, en ese discurso que deslegitimizaba los principios de la sociedad sustentada en la ilustración, en la razón y en el saber. El resultado lo estamos viendo: todo lo que se apoyaba en el conocimiento, la razón, el universalismo o la verdad basada en el pensamiento ha sido despreciado. Aquí se encierra parte de la historia del posmodernismo que ha viciado nuestra realidad hasta confundirnos y hacernos dudar dónde encontrar realmente la verdad. De ahí el empeño por minusvalorar la política como instrumento público y aprovechar el vacío consiguiente para imponer otros objetivos lejanos a los de la sociedad en su conjunto.

Vivir en una crisis económica del calado de la que nos azota desde hace ya casi un lustro no es tarea fácil. Y la empresa se hace más difícil cuando observamos la facilidad con que se cae en las trampas que se tienden en estos momentos de desconcierto. Una de ellas: hacernos creer que los ciudadanos somos los culpables de esta crisis; y otra: mostrarnos el poco valor de la política y, en tal caso, teñirla de un irritante descrédito. No olvidemos que existen determinados poderes (políticos y económicos) que no les interesa que la política se integre en el espacio social de la ciudadanía, ni que los ciudadanos seamos partícipes de ella. Ahí está una de las razones de este descrédito: las malas prácticas de los propios políticos, unos por inactividad, algunos por su bajo perfil y otros por su incapacidad. La crisis económica nos ha desvelado la facilidad con la que el poder político ha caído bajo los dictados del poder económico, haciendo de la política y de los políticos una estructura social de segundo rango.

Aunque más política haga falta, vemos como se prodiga el discurso que apuesta por una reducción del Estado, único referente donde la ciudadanía se ve representada. Un camino que sin duda conduce a su debilitamiento frente a otros poderes no democráticos. Por tanto, la recuperación de la política como factor galvanizador de la sociedad y centro de actuación ciudadana es una necesidad democrática. Si no, el sesgo ultraliberal, predicado por sus paladines desde hace más de treinta años, eso de que sólo la libertad de mercado es suficiente para el progreso de la humanidad, seguirá haciéndose fuerte a costa de unas sociedades adormecidas y anestesiadas tanto por poderes políticos como económicos, y por el fomento de políticas contrarias a una ciudadanía activa tendentes a menoscabar la conciencia social del ciudadano hasta abocarlo a actitudes de una indolencia exasperante. Estos malhumorados tiempos han llevado al empobrecimiento general de grandes capas de la sociedad, no sólo en lo económico, sino también a la desolación de la conciencia social, intelectual y hasta me atrevería a decir moral. Y si no se remedia, atrás quedarán para mucho tiempo las grandes conquistas políticas, sociales y ciudadanas de los dos últimos siglos.

Ahora más que nunca la política ha de estar participada por la ciudadanía, será una de las maneras de mitigar esa brecha que, en opinión de Alain Touraine en su obra Después de la crisis, separa la economía de la sociedad como efecto de las actuales prácticas especulativas y financieras. Si el ciudadano se inhibe habrá otro que haga por él lo que a él le atañe, y con intereses alejados de la mayoría social. Implicarse en política no sólo tiene que hacerse en un partido político, existen otros espacios y organizaciones donde el activismo es también una seña de identidad: sindicatos, ONGs u otras organizaciones, allí donde cada cual se sienta más cómodo. No dejemos ese espacio que pertenece a la ciudadanía a quienes pretenden apropiarse de él de una manera grosera e insolente. Si le dejamos campo libre al poder económico, este nos arrastrará por el camino de sus intereses; si se lo dejamos al poder político poco comprometido con la ciudadanía, este se plegará a los intereses de los más espabilados y a los designios de poderosos y poderes fácticos.

La inhibición en política acarreará una peligrosa pérdida de calidad democrática. Vivimos tiempos en los que las opciones populistas, demagógicas, xenófobas o de una visión unilateral de la sociedad pueden encontrar el caldo de cultivo para prosperar, como nos ha enseñado la Historia, y como hemos visto que ha ocurrido en Francia, Holanda o Suiza, donde las opciones de ultraderecha de tintes xenófobos han experimentado un notable ascenso en la última década. Los partidos políticos en España deben tomar nota de ello y convertirse en auténticos espacios para la musculación de la democracia. Y deben evitar transformarse en el anacronismo de una sociedad que demanda de ellos algo más que una votación cada cuatro años para estar el resto del tiempo dedicados a peleas y discusiones de escaso beneficio para el ciudadano. A menos ciudadanía, más desencanto en la sociedad; a menos participación, menos democracia. El despertar de una ciudadanía activa es parte del futuro de las sociedades.

*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 13/09/2012.

sábado, 8 de septiembre de 2012

DÍA MUNDIAL DE LA ALFABETIZACIÓN

Septiembre nos trae cada año, aparte del otoño y aromas de un suave estímulo de frescor, y frutos que se encierran en coriáceas envolturas, un nuevo curso escolar. La vida se reorganiza en las familias en torno a la actividad educativa después del largo periodo estival y las ciudades y los pueblos se ponen patas arriba para llevar a los niños al colegio el primer día de clase. Todos los sectores que tienen que ver con la educación, incluidos los comerciales que buscan hacer negocio con los libros de texto, el material escolar y los uniformes, a veces con un derroche incomprensible, se afanan en disponerlo todo para el comienzo se haga con toda normalidad y que a nuestros alumnos no les falte de nada. Este año toca en España tener menos recursos humanos dedicados a la educación, habrá menos maestros y profesores para atender a los alumnos que son unos pocos más que el año anterior. Sin embargo, todo esto se nos antoja una broma cuando nos dicen que en este Día Mundial de la Alfabetización existen todavía 800 millones de analfabetos en el mundo, los mismos que había hace cinco o seis años, y que hay millones de niños que no tienen una escuela donde cobijarse.

En este año concluye el decenio (2003-2012) que la Asamblea General de las Naciones Unidas instauró para la alfabetización con el objetivo de erradicar el analfabetismo de manera definitiva, por lo menos en lo que se refiere a educación primaria. Este objetivo formaba parte de esa loable pero ambiciosa apuesta que son los objetivos del milenio para 2015. Entre ellos, la reducción del número de analfabetos en el mundo y la posibilidad de extender la educación a todos los rincones del planeta. Pero, como vemos, pobre bagaje es el que hemos conseguido. La impresión que tengo es que esto del Día Mundial de la Alfabetización no le interesa a nadie más allá de un recordatorio de aburrido cumplimiento institucional cuando llega cada 8 de septiembre. Con la crisis económica el mundo desarrollado occidental está dando de lado a la cooperación internacional con el mundo empobrecido, con ese que más carencias tiene, que pasa hambre y no tiene ni siquiera edificios para las escuelas.

Todavía recuerdo el olor de los lápices recién estrenados, de la goma de borrar, de la tinta en los libros y en las libretas en los primeros días de clase, en una niñez que tenía menos exigencias que la de ahora. No estoy tan seguro que estas sean las sensaciones de millones de niños a pesar de celebrar cada año un día internacional de la alfabetización. Cuando aquí estábamos imbuidos en debates que hablan de calidad de la educación, sin saber muy bien lo que queremos decir con ello, hay lugares en el mundo donde los niños anhelan cuatro paredes, un puñado de sillas y mesas, y una pizarra para sentirse que están en el aula de su escuela.

lunes, 3 de septiembre de 2012

¿ESTÁ FRACASANDO LA POLÍTICA?*

Recuerdo que cuando leía El desajuste del mundo Amin Maalouf hablaba de la incertidumbre que caracteriza a nuestra época. Me sorprendió que utilizara esta apreciación como si fuera algo exclusivo de nuestro tiempo, cuando las incertidumbres en la Historia no han tenido pausa. Siempre ha habido un tiempo para la incertidumbre en cada hombre del pasado. No sabría si secundar ese adagio que dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero uno tiene la impresión de que en un tiempo no muy pretérito la política sí fue más protagonista en nuestras vidas que lo está siendo ahora.


Hace tres años (septiembre de 2009), con la crisis económica ya declarada, el G-20 se reunió en la cumbre de Pittsburg (EEUU), entonces se despertó una efímera ilusión ante la posibilidad de inaugurar una nueva era en la política mundial ante la hecatombe que habían provocado algunos desaprensivos poderes financieros. Fue un buen momento, y una excelente excusa si no fuera por esa execrable confusión entre intereses políticos y económicos, para que el poder político hubiera metido en cintura a un poder económico y financiero que había llevado al mundo a la debacle. Pero la profunda decepción no se hizo esperar a medida que se desvelaba la banalidad de tan inocente ilusión. En la declaración final de la cumbre los países reconocieron que ante la situación no había que caer en la “complacencia”, sino que había que avanzar en las reformas necesarias para lograr “un crecimiento sostenido y equilibrado”. “Queremos crecimiento sin ciclos extremos y mercados que fomenten la responsabilidad, no la temeridad”, dijeron los mandatarios. Después hemos asistido a la coacción del poder económico hacia el político: dictados de la troika económica, ajustes económicos que perjudican sólo al ciudadano, o el esperpento más deplorable: la imposición a los pueblos griego e italiano de dos jefes de Estado lejos de cualquier proceso democrático.

¿Cuál ha sido el papel de la política en estos últimos años? La impresión es que se ha dejado comer el poco terreno que tenía por poderes económicos que han determinado el rumbo de las políticas de los países, haciendo buena la rebelión de los privilegiados, que argumentara Christopher Lasch en La rebelión de las élites, y la aparición de una preocupante amenaza de las élites contra la democracia como sistema político. ¿Cómo podríamos explicarles a nuestros jóvenes, en su mayoría en paro o mirando a países extranjeros para buscar un empleo, eso de la relevancia de la política como instrumento de cambio y mejora de la sociedad? Probablemente resulte complicado a la vista de lo que ellos mismos pueden observar. No sólo están viendo el desaliento de sus mayores, sino que sufren en su fuero interno cómo se frustran sus ilusiones y cómo se deshacen sus proyectos vitales de futuro. Asistimos a un tiempo en que nos ocurre algo parecido a lo que una vez dijo Mario Benedetti: cuando ya creemos tener todas las respuestas nos cambian las preguntas. Así es lamentable observar cómo en nuestro país los índices de desigualdad social se han incrementado convirtiéndose en uno de los mayores de la Unión Europea más desarrollada; o que la crisis económica está siendo aprovechada por las élites y los poderes económicos para modular el discurso ideológico a favor de las restricciones en economía y en perjuicio de la propia cultura democrática. Y entretanto cualquiera de los relatos que provienen de la política suelen carecer de la credibilidad deseada, cuando no quedar obsoletos al instante, y facilitar la difusión del abatimiento entre la ciudadanía.

Si tuviésemos que encontrar el momento en que se inicia ese fracaso de la política, todo debió empezar cuando se le dio de lado como instrumento para la acción y se alardeó que determinados proyectos sociales los podían hacer tanto la derecha como la izquierda, o las personas formadas como las mediocres, como si la ideología y la preparación ya no fuesen importantes para hacer política. Fue un tiempo en que las administraciones públicas estaban engolfadas en la efímera opulencia que nos invadió en los inicios del siglo XXI, y los que gobernaban se olvidaron de la política porque pensaban que no les hacía falta para prosperar. Hicieron lo mismo que el inmaduro (o irresponsable) niño que sólo tiene conciencia de lo inmediato. Era un tiempo en que si alguien se quedaba perplejo ante la inaudita y creciente burbuja inmobiliaria era como si nadara contracorriente, porque la marea especulativa que llenaba las arcas de las administraciones era considerada buena, aconsejable e irrefutable. A ver quién se atrevía a criticar a la gallina de los huevos de oro.

No hay política sin ideales y principios, y lamentablemente estos viven tiempos de suma fragilidad y devaluación. Se ha extendido la idea de que todos los partidos son iguales y que lo mismo da unos que otros a la hora de gobernar. Es el discurso de la derrota y el de quienes les interesa apartar a la ciudadanía de la política, para dejarla sólo al albur de la codicia. Se abandona la política cuando se abandonan los ideales, y se abandona la política cuando se incumple un programa electoral que votaron los ciudadanos. Hacer política es darle a la ciudadanía la oportunidad de pronunciarse cuando no podemos aplicar nuestro programa electoral o cuando las circunstancias nos obligan a tomar decisiones que están fuera de nuestros postulados ideológicos. No se hace política cuando un gobierno sigue consignas de otros poderes ajenos a la democracia en contra de sus ciudadanos.

Ahora se pregunta uno qué nos hemos dejado por el camino en estos años, dónde estuvo nuestra equivocación y en qué momento pudimos sentar las bases para hacer de este país el país consolidado política, económica y moralmente que no hicimos. ¿Nos fallaron los políticos, se impuso nuestra codicia, nos falló la educación, o acaso nos equivocamos todos?

*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 2/09/2012.

sábado, 1 de septiembre de 2012

ETA… TANTO TIEMPO

En estos días estoy visionando ‘Especial historia de ETA’, una serie de capítulos que el programa Crónicas de RTVE ha dedicado a este grupo terrorista que tanta muerte y dolor ha sembrado en España en los últimos cincuenta años. Las imágenes en blanco y negro te hacen conectar sin mucho esfuerzo con los recuerdos de aquella época lúgubre y tenebrosa de la historia de España que representa la dictadura de Franco. Coches de líneas angulosas, pantalones de perneras acampanadas, mujeres con movimientos atareados, curas con sotanas abotonadas, niños con caras de expectación, policías con gorra de plato y largos levitones, guardias civiles con tricornio… La misma atmósfera que fácilmente respiramos en la novela de Fernando Aramburu Años lentos (2012), donde se destila la vida cotidiana en la San Sebastián de los años sesenta y que no era diferente a la de otros rincones de España si no fuera porque en aquella ya se alimentaba la semilla de ETA.

El visionado de estos capítulos te ayuda algo más a entender lo que supuso, y lo que supone, el fenómeno de ETA para nuestro país. En cada uno de los capítulos se nos traslada su feroz presencia en nuestras vidas. En el inventario de muertes que recorre cada uno de los capítulos se alcanza a calibrar, si cabe aún más, la verdadera dimensión de la monstruosidad cometida en cada época. Y me surge una sensación de contradicción inesperada con las vivencias de aquellos días en que los telediarios, o los avances informativos, anunciaban destrozo y muerte. La sensación de ahora es de una erudita distancia hacia el horror, distinta a cuando los asesinatos te impactaban en aquella atmósfera opresiva invadida por el desconcierto y la repugnancia más visceral del momento. El impacto de cada asesinato (sangre, miembros amputados, ropas rasgadas, coches y edificios destrozados) permanecía vivo durante tiempo, acentuado cuando las imágenes se mantenían en los periódicos y la televisión. Había opiniones apostaban por no dar noticias sobre terrorismo, y menos ofrecer imágenes, para evitar la propaganda gratuita que también buscaban los terroristas en sus acciones criminales. Ahora cuando estás delante de cada capítulo, y se condensan las imágenes y las escenas de dolor, es como si todos los asesinatos se produjeran de golpe, pero ya se ven desde con perspectiva histórica. Hubo años en que se perpetraron casi cien asesinatos, lo que da una idea cabal del horror sin tregua vivido.

Pero la historia de ETA no se enmarca sólo en blanco y negro sino que también ha sido una pesadilla para la democracia española. Nunca hemos encontrado las razones que explicaran cómo esto podía ocurrir en un país que se abría a Europa y al mundo, que se alimentaba de la libertad conquistada, y que ponía más y más ladrillos de concordia para la construcción de una democracia para todos. He visitado el País Vasco en varias ocasiones y no voy a negar (hace unos años más que ahora) que en cada visita he cargado con un estúpido e injusto recelo, siempre presidido por el fantasma de una violencia que se identificaba con esta tierra. Son los prejuicios, las desconfianzas que nos asaltan ante lo desconocido, esa imagen desenfocada que todos arrastramos sobre cada lugar. No obstante, una vez allí te das cuenta que la gente vive con la cotidianidad que vivimos en cualquier otra parte, como la vivían los personajes de Años lentos, entonces atrapados en una mentalidad cargada de los miedos y las suspicacias propios de aquel tiempo.

viernes, 24 de agosto de 2012

Y AHORA LA EDUCACIÓN DIFERENCIADA

 Hace unos años tuve ocasión de tomar contacto con personas que defendían la educación diferenciada en la escuela. Me proporcionaron un informe en el que se promovía esta opción educativa, que leí con interés aunque no la compartiera. Se daban unos cuantos argumentos y referencias a estudios ‘científicos’ donde se argumentaba la bonanza de este tipo de agrupamientos en la escuela y que favorecían los procesos de aprendizaje del alumnado. El interés mediático por este tema se ha despertado a raíz de la sentencia del Tribunal Supremo que desestimaba el concierto educativo para unos centros religiosos que practicaban este modelo. Hasta aquí algo normal en un Estado de Derecho que se regula por la acción y aplicación de sus leyes.

Lo que ya no es tan normal es la postura del ministro de Educación, José Ignacio Wert, pretendiendo enmendarle la plana al propio Tribunal. Este ministro desde su llegada al Gobierno no ha generado más que confusión en el mundo de la educación. Cambia los temarios de oposiciones a mitad del proceso de preparación, limita becas para estudiar idiomas en el extranjero, alimenta la guerra de la Educación para la Ciudadanía y, ahora, lo remata con su decisión de apoyar económicamente a los centros que promueven la educación diferenciada aunque tenga que cambiar la ley. Grotesco proceder que está metiendo continuamente a la educación en un permanente sainete que en nada le beneficia. Digamos que antes que impulsarla y mejorarla la perjudica, y la lanza directa a la arena de muchos ‘lavaderos públicos’ que es en lo que se convierten algunas mesas de tertulianos. En estos foros se han escuchado todo tipo de barbaridades propias del amateurismo de quienes no saben bien de lo que hablan, aunque opinen. Son numerosas las diatribas superficiales expuestas para justificar que un grupo mixto de alumnos alienta más la violencia, o que los niveles o ritmos de aprendizaje se ven mermados porque chicos y chicas convivan en un aula. Como si el único factor de aprendizaje dependiese de tener en el pupitre de al lado una persona del sexo propio o contrario, según el caso. Al hablar de la violencia no sé si se referirán a que se impone la ley de la manada en la que los machos más dotados se disputan a golpes o dentelladas a las hembras. Yo que estudié en los Salesianos en pleno apogeo de la educación diferenciada (claro está, sólo con chicos) recuerdo que las peleas, las vejaciones entre compañeros, el trato cruel hacia el otro, estaban a la orden del día. Y no había chicas de por medio. Eso sí, cuando nos relacionábamos con ellas en la calle, nuestra percepción del otro sexo difería mucho de la que puedan tener ahora los chicos de un instituto.

La educación diferenciada no puede ser ofertada desde un servicio público, iría en contra de cualquier precepto constitucional. El Tribunal Supremo ha fallado en contra de mantener la concertación con un centro educativo que segregue a los alumnos por sexo en aulas separadas. Si el ministro Wert se empeña en que se debe promover la enseñanza diferenciada, que lo haga, pero no con dinero público. Esta es una cuestión que si se pretende que sea política lo será, pero con el consiguiente desgaste para el prestigio de nuestra educación, ya bastante minado desde atrás y reforzado por este Gobierno en el poco tiempo en que este ministro lleva en su cargo. Hay colegios en nuestro país que tienen establecida la enseñanza diferenciada y no están concertados. Nada que objetar. Son tan respetables como los públicos y los concertados, y los padres que mandan a sus hijos a estos colegios son tan libres de hacerlo como los que los matriculan en centros sostenidos con fondos públicos. Esta es la grandeza de nuestra democracia. Pero, por favor, no subvencionemos con dinero público opciones que están fuera de nuestro marco general de valores democráticos.


sábado, 18 de agosto de 2012

APOSTADO EN UNA ESQUINA

Entrar en un hipermercado me produce una especie de claustrofóbica sensación de aturdimiento. Siento la incomodidad de sus luces que proyectan un tono de frío glacial, del hormigueo de la gente, del abarrotamiento de sus estanterías, de ruidos sordos y conversaciones entrecortadas que se entremezclan en esa atmósfera artificial e ingrata elevada sobre nuestras cabezas. Al rato de estar allí aparece en mi mente una espesa sensación relampagueante como si quisiera confundirla. Esta misma sacudida me invadió aquella mañana de finales de febrero cuando llevaba unos minutos en el interior de los almacenes Harrods, a pesar de esa decoración victoriana de sala de estar con paredes recargadas de objetos y de la luz que pretende simular un ambiente hogareño. No tardé en salir y aguardar fuera a que mis acompañantes se saciaran de ver, y acaso comprar algún objeto como recuerdo, en ese templo de la abundancia de la producción industrial y el consumo más genuinamente capitalista.

Paseé por la acera de la calle Hans Crescent procurando aliviar el frío húmedo de la mañana, según me habían dicho propia del invierno londinense. Las gotitas de lluvia que caían, como si estuviesen alentadas por una persistente y cansina vocación, apagaban el ruido de las pisadas de los viandantes. Grupos de ejecutivos en traje transitaban con celeridad, jóvenes dependientes se debatían en alocadas conversaciones; pero también desfilaban tipos diversos, tan diversos como esa mezcla interracial que se advierte por toda la ciudad de Londres. Todos, desafiando una lluvia que a mí me incomodaba, se cruzaban ante mi mirada guarecida en uno de esos escaparates bajo un toldo abombado de color ‘verdeharrods’, como si quisiera disimularla distrayéndola en los objetos exhibidos con cuidadosa presentación. Al rato llegaron tres tipos trajeados para fumar cerca de mí un cigarrillo. Y entonces volví de nuevo a mi paseo calle arriba y calle abajo.

Ante la demora en la salida de mis acompañantes me movía de un sitio a otro como si pretendiera despistar a un anónimo observador. En un comercio de enfrente una dependienta se afanaba en arreglar el escaparate. A unos metros un tipo negro se apostaba en una de las jambas de entrada a un portal. Cerca de la parada de taxi alguien paseaba de un lado a otro de la calle mientras lanzaba miradas hacia donde me encontraba. Imaginaba un cruce ‘espiatorio’ de miradas recelosas. Estaba en la City londinense, y allí se dice que hay una alta densidad de espionaje de todo tipo ante los muchos intereses económicos que se juegan en sus resultones y majestuosos edificios. La parada de taxi renovaba una y otra vez la flota de coches allí apostados; por cierto, ya no son todos negros sino de múltiples colores (no lo sabía hasta que los vi). Más allá, al otro lado de la calle, un edificio me llamó la atención por su arquitectura. Por eso lo fotografié. Lo podéis ver más arriba.

No tenía ni idea de que en ese edificio de estética tan inglesa, que mezcla el tono rojizo de ladrillo con la decoración blanca de la carpintería de sus balcones y ventanas, coronado con cúpulas y pináculos de teja gris, se encontrara la embajada de Ecuador. Ahora lo he sabido, a raíz en este boom informativo que se ha generado con el asunto de Julian Assange y su petición de asilo diplomático. A través de los papeles de Wikileaks nos enteramos hace algo más de un año de las miserias de la política y la mezquindad con que se actúa en ella; y también de las acciones tan deshonestas que llevan a cabo los Estados para salvaguardar lo que llaman seguridad de la nación. Pero, asimismo, estos de Wikileaks quizá sobrepasaron los límites de la privacidad con la publicación de datos personales y confidenciales de políticos y de personas. No sabría qué decir ahora respecto a poner límites a la publicación de cualquier información en la red o si, por el contrario, debe haber libertad para publicar cualquier cosa. Lo cierto es que en estos días, al hilo de la persecución judicial de Assange y su refugio en la embajada ecuatoriana, se ha abierto un incidente diplomático entre el Gobierno de Ecuador y el Gobierno británico. Llevará tiempo deshacer la maraña diplomática que se está formando en este asunto. Por el momento, el único tiempo que recuerdo de aquella mañana frente a aquel edificio es el de la bruma fría y húmeda de Londres que calaba sin piedad mis huesos y enfriaba mis pies.

miércoles, 15 de agosto de 2012

VERANO

Este verano está siendo diferente. Es como si se agolparan sensaciones que no había vivido desde hace muchos años, que quedaron tan atrás como van quedando los años. Acaso tenga que ver que he vuelto a hacer esos trabajos de mantenimiento de la casa que suelen ser sinónimo de buen tiempo: pintar unas barandas, encalar una pared… Aquellos trabajos de una niñez irrecuperable, aunque soñada, cuando las vecinas de la calle encalaban las fachadas de sus casas para que resplandecieran para la feria de la localidad que estaba próxima. Siento que se me están colando dulces emociones, sensaciones recobradas, ‘mojitos’ inesperados.

También me he dado una vuelta por ese ‘Escrito para un instante’ de Antonio Muñoz Molina, y en una de las últimas entradas incluye un artículo que había escrito para el periódico alemán Der Spiegel, “Demasiada distancia” se titula, en el que pergeña con tino la imagen de nuestro país explicada a los lectores alemanes. No he podido reprimir mi deseo de incluir un comentario a pie de esa entrada, y le he referido que me parece muy equilibrada la imagen de España que traslada a unos lectores que probablemente tengan una visión algo distorsionada de nosotros, los españoles, esa que cunde últimamente como un país tan ‘derrochón’ como dedicado a la diversión, y que ahora está al borde del rescate económico, si no lo está ya de facto, y que ha podido despertar el malhumor de ellos porque encima se sienten como los que nos están pagando la fiesta. Pero les dice el escritor ubetense que España es mucho más y mejor que todo eso. Escribía yo en ese comentario que a veces tenemos la tentación de caer en catastrofismos sonoros y gratuitos para explicar los fenómenos de nuestro tiempo, como si pensáramos que los remedios a nuestros males pasan por hacer tabla rasa de todo lo presente. Sin reparar que el pasado nos suele poner sólidos cimientos para construir nuestros anhelos, que tan sólo tenemos que encontrarlos, pues nefasto aliado es el asidero de la obsesión por la obsolescencia de la que hay sobrados ejemplos en la vida social y política de nuestro país.

La imperfección de las cosas y de nuestro mundo debe ser asumida como parte del deseo por mejorarlos. Entiendo acertada esa visión reflexiva de esta España nuestra que expone el autor de El jinete polaco en el artículo ‘Demasiada distancia’, una España que se debate todavía después de más de treinta años de democracia tratando de encontrar sus señas de identidad. Nuestra reciente historia democrática no nos ha dejado mucho tiempo para reflexionar sobre qué clase de país queremos ser, o acaso es que no hayamos sabido hacerlo. Tampoco a las generaciones jóvenes les estamos dando las pautas para ello, algo de lo que lamentablemente adolece en parte nuestro sistema educativo. Hacer pensar a los jóvenes en la escuela está resultando tan complicado como hacerlo con sus mayores en la esfera de la sociedad. Y a veces me pregunto si es que no hemos tenido una pausa en España para esa reflexión porque quizá los acontecimientos de nuestra historia reciente nos hayan desbordado. Si la respuesta fuese afirmativa, entonces pensaría que no hemos sido capaces de reflexionar a la par que se sucedían los hechos de nuestra vida, lo cual dice poco de nosotros como pueblo. Ahora que yo ando inmerso en pensamientos de este tipo, el artículo de Muñoz Molina ha venido a ensancharme los horizontes de la reflexión.

Cuando digo que este verano está siendo diferente es que lo está siendo, como si descubriera que no he perdido las ilusiones. Y me reconforta estar leyendo El ruido y la furia, y quisiera escribir como lo hace William Faulkner, y aunque probablemente no lo lograré nunca permitidme que me quede con el goce de esta ilusión.