martes, 30 de octubre de 2012

LAS INSTITUCIONES NO SON CULPABLES

En otro lugar de este blog escribía que las instituciones deben estar por encima de quienes las representan. Siendo el armazón sobre el que se construye un Estado democrático, y estando avaladas por la soberanía popular como lo están, debemos poner todo el esmero en respetarlas y en no distorsionar lo que representan. Me ha dolido ver la imagen de representantes de sindicatos y padres de alumnos abandonar el Pleno del Consejo Escolar del Estado como rechazo a la no admisión a trámite de un informe del sindicato STES al anteproyecto de la nueva ley de mejora y calidad de la educación. Recuerdo el tiempo en que pertenecí a esta institución como consejero y como ese aire severo y solemne de los plenos imprimía, si cabía más, transcendencia a los temas debatidos. Luego, la realidad desmentía gran parte del trabajo allí realizado y me dolía saber que a las conclusiones de aquellos debates plasmados en informes se les prestaba poca atención por parte de las autoridades de la Administración educativa. Igual que ocurría con el trabajo realizado por los consejos escolares autonómicos.

La reforma que ha emprendido el ministro Wert me parece un auténtico desatino, aparte de por lo que propone, porque no es necesaria ni oportuna, ni va a solucionar nada en el mundo de la educación; al contrario, ya ha traído tanto desconcierto y enfrentamiento que se está alterando el clima escolar. Tantos intereses particulares e ideológicos como están detrás de esta reforma no hacen más que confirmar la ofuscada torpeza que está envolviendo todo este asunto. Las exageraciones se suceden de este modo, tanto por parte de sindicatos y representantes de la comunidad educativa como de representantes políticos. Hoy se ha escuchado decir al portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados, Alfonso Alonso, no sin cierto desahogo, que ‘la educación no funciona en España’. Bien es verdad que nuestro sistema educativo tiene sus desajustes y la necesidad de algunos cambios, pero con esta apreciación lo único que se hace es menospreciar el trabajo que están realizando miles de docentes, con dedicación a su profesión y con esmero en su labor. No puede venir un político, que tal vez no conozca la educación más que por los titulares de periódicos, a decir que la educación no funciona, sin más. Me ofende a mí, y me imagino que a muchos de los que trabajan bien y con profesionalidad cada día en la escuela.

Las instituciones no tienen la culpa de los excesos y los errores que cometen los hombres que los representan. Podemos reprobar al presidente de la institución, podemos mostrar nuestro desacuerdo en un debate, frente a un dictamen o un informe, pero nunca debemos menospreciar a una institución abandonando una sesión celebrada en ella. Las instituciones son las que dignifican a un Estado democrático, y también a nosotros como ciudadanos partícipes en ellas. Hoy ha salido perdiendo la educación y esta institución, el Consejo Escolar del Estado, que constituye la más alta representación del principio de participación democrática en el sistema educativo.

jueves, 25 de octubre de 2012

CRISIS QUE SE LLEVA VIDAS

Se cuenta que cuando estalló el crack del 29 se produjeron una serie de suicidios en cadena, gentes que se lanzaban al vacío desde puentes y edificios. Es la otra historia personal que se cuenta menos, o como parte del anecdotario. La de la gente que, aun padeciendo los acontecimientos de su tiempo reflejados en sesudos análisis en los libros de historia económica, no suele contarse salvo cuando al estudio histórico le damos mayor dimensión y abarca al ‘hombre’, a ese que definiera Lucien Febvre como el verdadero objeto de la Historia. Después de la caída de la bolsa, aquel fatídico martes de octubre, vinieron los años de la Gran Depresión. La precariedad se extendió por EEUU y por Europa, y se produjo el aumento de parados, las colas interminables para obtener productos de primera necesidad o la ruina de millones de personas que perdieron sus bienes, sus viviendas y en muchos casos hasta su vida. Era ese ‘hombre’ de Febvre el que sufría la escasez de productos, las consecuencias de la recesión de la economía, la falta de trabajo. Probablemente hubo cosas inevitables, pero no cabe duda que otras muchas sí se podrían haber evitado a poco que la codicia y la avaricia se hubiesen sujetado un poco.

Hace unos meses en Atenas un pensionista se pegaba un tiro ante la deriva en que entraba su vida, falto de recursos y socavada su dignidad como ser humano, después de toda una vida de esfuerzo y trabajo. En el día de hoy en Granada un hombre se ha ahorcado (así debería ser su grado de desesperación) unas horas antes de ser desahuciado por no poder afrontar la hipoteca que había contratado. No son los únicos, pero nos sirven como ejemplo para comprender hasta donde llegan los efectos perversos y dramáticos de la crisis económica para mucha gente. A los que los gobiernos tienen la obligación de encontrar soluciones, pero cuya cobardía política ha sido incapaz de poner remedio. En los años de gobierno socialista Zapatero fue incapaz de abordar el problema de las personas que no pueden pagar su hipoteca, y no apostó por la dación en pago, algo habitual en otros países de nuestro entorno desarrollado. Ahora el gobierno popular de Rajoy, ante el vendaval de desahucios que aumentan a medida que la crisis sigue masacrando a la población, tampoco está afrontado con valentía esta tragedia que sufren cientos de miles de personas. No haber acabado antes, y no hacerlo ahora, con una canallada de estas dimensiones, donde parece que lo único importante es preservar la cuenta de resultados de los bancos, es algo incomprensible.

Los desahucios en España están suponiendo un drama que está alterando el equilibrio de la sociedad. Vivimos en una sociedad que, además de injusta, ha visto como en los años de ilusa abundancia parecía premiarse la avaricia y la insolidaridad. La crisis ha venido a disipar el absurdo espejismo de aquella abundancia sin límites en que nos habíamos instalado. Ahora las tasas de pobreza se elevan de manera estrepitosa y la población sufre consecuencias indignas y lacerantes. Pero detrás de esta muerte ocurrida en Granada se encuentra también la codicia de muchos ejecutivos del sistema financiero que por su nefasta gestión acabaron arruinando los bancos y las cajas de ahorro en las que estaban al frente, en muchas ocasiones no por méritos propios sino por vergonzosas designaciones políticas de amiguismo y nepotismo.

De vez en cuando transito por las calles donde este vecino ha tenido tan trágico final. Son las calles de un barrio granadino, La Chana, donde viven miles de familias humildes, y sus hijos son los alumnos de los colegios que se reparten por la zona y que iban a comprar a la papelería de José Miguel Domingo. ¿A qué argumentos podremos recurrir ahora para explicar a estos niños lo que ha sucedido?

miércoles, 17 de octubre de 2012

MIEDO A LA EDUCACIÓN

He mirado esta mañana el rostro entre expectante y sorprendido de los alumnos de Secundaria que debatían sumarse a la huelga a favor de una educación pública sin recortes. Y me he acordado de cuando forjábamos nuestras primeras huelgas en la Universidad un año después de que muriera Franco. Y ahora medito que entre aquellos tiempos y estos otros han pasado muchas cosas, tantas que son inabarcables aunque estemos muchas horas recordándolas. Pero hay una que no se me olvida, y es con qué fuerza y decisión uno apostaba por forjar a sí mismo su propia personalidad y tener claro que tenía que pensar por sí mismo lejos de consignas y vagas directrices, que sólo tenía que conocer y estar bien informado para luego decidir lo que pensaba y los pasos que habría de dar.

Hace unos días nos ‘sorprendió’ la noticia de la niña pakistaní Malala Yousafzai a la que unos talibanes habían tiroteado porque iba a la escuela. Una manera de mostrar su tenebroso desacuerdo, no ya sólo infame sino cruel y cobarde. Esta acción demuestra que la educación y la cultura de una persona son para algunos sinónimo de miedo, y que mantener en la ignorancia a una persona o a un pueblo es el modo más sencillo de dominarlo.

Alrededor de nuestra escuela se ha instalado, si cabe últimamente más, la convulsión social. Desde el sentimiento nacionalista-independentista de algunos territorios que la miran como el lugar donde sembrar la semilla a su causa, como desde el sentimiento nacionalista-centralista que ve la educación como un buen instrumento de propaganda, y así el ministro Wert (¡qué penosa la deriva que ha cogido este hombre en su gestión como ministro!) ha hablado de españolizar los niños catalanes. Y es que todos pretenden atizar en la escuela ideas, pensamientos y maniobras interesadas que modelen la mente de los jóvenes a su favor.

Pretender utilizar la escuela no para educar sino para manipular la mente de los individuos, a veces con fines tan interesados que alcanzan la espuria, es tener miedo a la educación y a la cultura. Pretender utilizar la educación para imponer una determinada visión de la Historia, ya sea con deseos de construcción nacional , ya sea con intención de tergiversarla, es más que una mezquindad, es parte de la miseria humana. Pretender manipular la educación para adoctrinar demuestra el terror a contar con ciudadanos cultos y formados, y a que el individuo sea libre y piense por sí mismo. Y ahora digo yo a todos los que en estos días se mueven rondando a la educación, que no son precisamente los que trabajan cada día a pie de obra: ‘quien esté libre de pecado que tire la primera piedra’.

martes, 9 de octubre de 2012

TAPIAS DEL CEMENTERIO DE GRANADA

A la piel de las sociedades también se le aprecian las heridas. Y algunas ni con el paso del tiempo y el concurso de las mejores voluntades han podido restañarse. La guerra civil del 36 trajo consigo la tragedia y la destrucción, al tiempo que depositó la semilla de la represión y el sufrimiento continuado de millones de españoles. Pretender recuperar la memoria de los que fueron asesinados y abandonados sus cadáveres en cunetas no sólo es legítimo sino ética y moralmente necesario para la salud de una sociedad. En estos días se ha colocado una placa en las tapias del cementerio de Granada en recuerdo de los miles de inocentes que allí fueron fusilados. Esta acción que tan sólo pretende honrarlos ha suscitado una continua polémica en los últimos años. La controversia surgida en torno a las tapias del cementerio ha rayado en ese lado esperpéntico del modo de ser del español que ocupara el desasosiego literario de Valle-Inclán. En su tenor se entabló una absurda y grotesca disputa que consistía en que el Ayuntamiento gobernado por la derecha retiraba a la mañana siguiente la placa que la tarde antes había colocado la Asociación de la Memoria Histórica y los partidos de izquierdas que acompañaban en el acto. Ahora todo indica que ya no se podrá quitar porque una ley ha declarado este lugar de la tapia del cementerio como lugar de la Memoria Histórica.

El espectáculo que cada año se promovía en la ciudad de Granada desvelaba hasta dónde es capaz de llegar la ruindad del ser humano. El homenaje y la honra de las víctimas inocentes que salían en camiones de la plaza de toros hasta las tapias del cementerio para ser fusilados es lo menos que se merece un ser humano. Sin embargo, algo tan noble y sagrado provocaba una disputa innoble y depravada. Nunca he entendido esa actitud infame del Ayuntamiento de Granada empeñado en retirar una placa que tan sólo venía a honrar a los que allí habían muerto.

Detrás de esta polémica, y otras que se han suscitado en este asunto de la memoria histórica, hay razones, o sinrazones, que me preocupan: el rencor larvado que sigue existiendo en la sociedad española entre algunos elementos que están próximos a cada uno de los bandos que contendieron en la guerra. Hay como un poso de desprecio biliar que se oculta tras cada opinión, tras cada gesto, tras cada mirada torva, cuando se suscita este tema. Es como si la sociedad española mantuviese enquistado un mal que muchos no tienen intención de extirpar. Me preocupa que como pueblo no hayamos sido capaces de superar tantas divisiones y enfrentamientos cainitas que tan bien expresaba Machado cuando decía aquello de “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Y es como si el rencor anidara dispuesto a helar el corazón a la primera oportunidad que se presente.

lunes, 1 de octubre de 2012

ERIC J. HOBSBAWM, UNA VOZ PARA LA HISTORIA

Mis años universitarios ya quedan lejos. Tengo la impresión de que fueron mejores de lo que están siendo para los universitarios de hoy, acaso porque nos consumía el deseo de saber, porque nos acometían las inquietudes intelectuales y porque percibíamos estar rodeados de unos profesores ilusionados y comprometidos con su trabajo. Se me antoja que aquellos profesores que nos alumbraron caminos para el conocimiento hoy son rara avis, y los que de aquel entonces aún siguen les ha podido el mal de la desilusión. La Universidad disponía de menos medios, pero abundaba en los sueños. Sería por los tiempos que eran, que siempre nos marcan. Pero la lejanía de mis años universitarios no me impide recordar que en aquellos apuntes de Historia Contemporánea aparecía con frecuencia el impronunciable nombre de Hobsbawn. Era común cada año en la relación bibliográfica que nos daba el profesor en la primera clase del inicio de curso que apareciera el nombre de Eric J. Hobsbawn y algunas de sus obras, que luego nosotros consultábamos en la biblioteca del departamento o en la biblioteca de la Facultad. Estas obras, y muchas más, formaban parte entonces de mi entendimiento sobre la evolución de una Europa, pionera en la revolución liberal, que exportaba ideas y colonialismo por todos los rincones del planeta. La interpretación de la Historia que estaba contenida en la obra de Hobsbawn amoldaba el andamiaje de un conocimiento que me permitió comprender fenómenos políticos, sociales y económicos que otros modelos de interpretación histórica, basados en distintos patrones discursivos, eran incapaces de proporcionarme. Era así, a través de continuas referencias a Eric Hobsbawn, como aprendí las nociones más básicas de los entresijos de la Europa del siglo XIX y XX. Hoy cuando la muerte rescata el recuerdo de este historiador británico parece como si los apuntes y los libros consultados en la biblioteca del departamento, ajados por su continuado uso, casi obsesivo, con los filos de sus hojas rozados y a punto de desencuadernarse, estuviesen aquí mismo.

Historiador marxista recalcado, sin embargo Hobsbawn llegó a la conclusión de que las experiencias en la construcción de las utopías no habían sido tan buenas. Y tanto que no lo fueron, diría yo, pues de su fracaso se alimentó el capitalismo más salvaje que hoy hace estragos en nuestras vidas. Esta decepción de las utopías le llevó a afirmar que "hasta Marx, que soñaba con una sociedad sin dinero, sin mercado, comprendería que hoy es irrealizable". El triunfo casi constante del capitalismo es el triunfo de esa parte de la naturaleza humana que es tan difícil de modificar, la de la codicia en que se basa un sistema que es la antítesis de la solidaridad. Como lo es el lado salvaje que ni siquiera son capaces de ocultar o enmudecer los logros materiales e intelectuales del siglo XX a los que se aludía Hobsbawn al hablar del avance de una “nueva edad oscura", refiriéndose a nuestro tiempo. La Historia no enseña el camino, y también nos ayuda a ablandar las ofuscaciones y rectificar ideas prendadas en obsesiones y errores.