miércoles, 23 de enero de 2013

¿SALDREMOS EN FALSO DE ESTA CRISIS?*

Hay quienes dicen que una crisis puede convertirse en una oportunidad para salir reforzados. Esta visión optimista no sé si corresponderá a una realidad cargada de verosimilitud o a un simple camelo para generar falsas ilusiones. Por lo pronto se escucha decir que España no recobrará el nivel de bienestar así que pasen dos o tres generaciones. Quizá para algunos sí es verdad que sea una oportunidad: los que la aprovechan para desmantelar el Estado de Bienestar, frenando así lo que consideraban excesiva socialización de derechos y bienes sociales. Lo cierto es que con la crisis han aumentado las tasas de pobreza, las diferencias sociales y la pérdida de derechos. Las ilusiones de la gente se están esfumando con la misma facilidad que el crédito de la política. No sabría decir si en estos momentos estamos más cerca de las tesis de la Filosofía de la miseria de Proudhon, o las de La miseria de la filosofía de Marx. El caso es que el grado de descreimiento de las profecías políticas y religiosas es tan grande que resulta difícil saber dónde se encuentra la verdad.

Notorio es que la crisis está provocando estragos en la vida y la moral de individuos y sociedad. Movidos en el tráfago de su marejada estamos más atentos a sobrevivir día a día que a pensar cómo salir bien de ella. Quizá tengamos poco tiempo para planteamientos filosóficos, pero no es menos cierto que es ahora cuando debemos pensar en cómo hacerlo, para hacerlo bien, y que la salida de la crisis se haga con garantías de dignificar la vida social y no repetir errores del pasado. El panorama al que estamos asistiendo presagia lo contrario. Todo indica que estamos abocados en próximas décadas a una limitación de derechos, posibilidades de desarrollo para la persona, mayor precariedad y a una existencia donde la plutocracia siga siendo el factor determinante del desenvolvimiento social y político. De modo que adiós a aquellos valores sociales que un día fueran parte del sueño, de la utopía de la aldea global, que marcó las últimas décadas del siglo pasado.

Han pasado ya cuatro años desde que la crisis emitió sus primeros balbuceos, atrás quedaron las primeras intenciones que hablaban de acabar con un modelo perverso y egoísta. Los valores sociales democráticos están tan debilitados que casi nos son ajenos, la ética y la moral públicas tan obscenamente usurpadas que no sabemos cuando volverán a ser rectoras nuevamente de nuestras conductas. En los años de bonanza económica auspiciamos una cultura del dinero fácil, ganado de manera impúdica e indecorosa, y gastado con irreflexiva alegría. Entonces se nos inundó la vida de corrupción y de consumo impulsivo, y sin darnos cuenta, o dándonos pero volviendo la vista hacia otro lado, esta depravación social nos fue atrapando en un clímax de indolente regocijo. La vida nos pareció tan fantástica que pensamos que nada malo nos pasaría. Los que jugaban con nosotros para que fuésemos habitantes de un mundo feliz un buen día se hartaron, y todo cambió. En este trayecto los valores perdieron brillo, los pusimos en un segundo plano, hasta que se nos quebraron, y cuando las cosas se pusieron complicadas entonces nos acordamos de ellos.

¿Qué está pasando ahora? Que asistimos a un cambalache financiero donde las entidades financieras tienden a la fusión y donde descubrimos toda la herrumbre y putrefacción que nos ocultaban. No sé si se llegará a fraguar una estructura financiera eficaz y segura para el futuro, pero lo que vemos ahora es que el único beneficiario, en connivencia con el poder político, es sólo el poder financiero. Los demás, los ciudadanos, no importan. En esta transformación no se ha cambiado la ética financiera (si es que esta existe), y lo más probable es que cuando todo vuelva a la ‘normalidad’ retornarán las viejas prácticas que nos llevaron a esta situación.

La política, con sus salvedades, se muestra poco sensible hacia esa ciudadanía que carga con la crisis. Sólo mira hacia dentro, con una endogamia vergonzosa, sin democracia, lejos del ciudadano, con políticos que sólo beben los vientos por mantenerse en cargos y puestos conseguidos sin esfuerzo ni méritos. Y ni siquiera estando en crisis se fomenta la cultura del ejemplo entre nuestras élites políticas y económicas. No cesen los casos de corrupción, ni los abusos en el cobro de varios sueldos, ni la execrable búsqueda de acomodo en consejos de administración, ni se hace justicia con los que defraudaron o se enriquecieron a costa de entidades financieras llevadas a la ruina. Dice Victoria Camps, al hablar de “La moral de la democracia” (2012), que “todas las democracias son vulnerables y ceden a tentaciones similares. Pero algunos países consiguen que sus ciudadanos reaccionen con celeridad a los desmanes”. En España, a diferencia de otros países donde se ha encarcelado a los responsables de la crisis o donde no se ha transigido con la corrupción política, parece no haber pasado nada.

Persistimos en no cultivar la cultura de la verdad, aquí mentimos como bellacos. La prueba más evidente la tenemos en el partido que ahora gobierna nuestro país, el PP: incumplimiento flagrante del programa electoral que comprometió ante la ciudadanía. En el partido socialista, donde se callaron muchas verdades sobre la crisis o el estado real del sistema financiero, ahora se languidece con el rumbo perdido. La ética pública está lesionada en la España de hoy: el poder se usa para tapar corruptelas, para favorecer a ‘los de uno’, para engañar a la ciudadanía o para hacer política de baja estofa. Se prodiga la desvergüenza política, nadie dimite, el que está ‘ahí situado’ se agarra a la vida pública con la misma desfachatez que los generales y patriarcas de García Márquez al poder. No se está produciendo una regeneración social y política, y cuando la situación mejore todo esto seguirá presente, pero la moral y la ética públicas esquilmadas, y el legado para las generaciones futuras envenenado.

*Artículo publicado en el periódico Ideal de Granada, 22/1/2013.

jueves, 17 de enero de 2013

BIBLIOTECAS, TEMPLOS DE LA CULTURA

El despertar a la cultura es un momento mágico en nuestras vidas. Cada cual tenemos nuestro momento, que suele estar ligado a un lugar, a un libro, a una película o a un acontecimiento que nos abrió los ojos a esta otra dimensión menos cotidiana, pero más íntima, más imbricada en nosotros mismos. El mío estuvo próximo a aquellas películas de barrio (en mi caso de pueblo) del oeste o de romanos, y a los tebeos, antes que a los libros que llegarían después. En los años de mi infancia, en mi pueblo, sólo disponíamos de una escuela mal equipada y de un cine, que proyectaba películas los domingos y algunos jueves. No había ninguna biblioteca pública. Con tal escasez de medios era un mérito pensar en la cultura o en el estudio como parte del desarrollo personal de cada uno. Desaparecidos ahora los cines en la mayoría de los pueblos, al menos las escuelas sí están mejor equipadas con bibliotecas escolares y, afortunadamente, es habitual encontrar una biblioteca pública en cada pueblo. Cualquiera de estas bibliotecas es una oportunidad para que la cultura esté más cerca de los jóvenes, aunque muchas veces haya que luchar con los innumerables estímulos que en formatos de ‘productos culturales enlatados’ o de ‘consumo de ocio a granel’ atraen con poderosa fuerza su atención. Por eso es menos comprensible una decisión política que cierre una biblioteca, como ocurrió hace ya más de un año en Granada con la biblioteca municipal de la plaza de las Palomas, en el barrio del Zaidín. Cerrar una biblioteca es como asestar una puñalada mortal a la cultura, allí donde se produzca, es finiquitar con una de las más nobles oportunidades de acceso a la cultura para jóvenes y mayores.

Como una biblioteca, quizá no exista otro espacio donde la cultura esté presente en toda su extensión. La biblioteca representa la fortaleza mental de un pueblo, el espacio para interpelar con uno mismo y con la humanidad entera, el lugar donde la persona se mide consigo misma porque ahí están presentes todas las dimensiones del ser humano. Su lugar físico puede ser lo de menos, lo más importante es el lugar que sea capaz de ocupar en nuestra mente, en nosotros mismos. No sé si llegará a ser el paraíso, como imaginó Borges, pero sí es verdad que es el lugar donde uno es capaz de encontrarse a sí mismo, sin duda la mejor manera de estar en el paraíso.

El martes pasado celebré un encuentro con un grupo de lectores de La renta del dolor, dentro de la tertulia literaria que se organiza en la Biblioteca Municipal de La Chana (Granada). El interés mostrado por los asistentes propició un ambiente literario participativo de los que realmente magnifican la creación literaria. Algunas intervenciones alcanzaron un extraordinario nivel en las apreciaciones sobre los personajes y los valores literarios contenidos en la novela. Vivimos y sentimos con Matilde Santos, con Eduardo el maestrito, con Toño el herrero, con sus vidas que se separaron y volvieron a encontrarse; y también con la ciudad de Granada. Fue ese momento en donde la novela estuvo tan compartida que dejó de ser la obra de un autor para hacerse una obra de todos.

jueves, 10 de enero de 2013

HABLANDO DE MATILDE CANTOS

Contar un cuento a escolares de edad infantil es una experiencia única. Si se capta su atención, ellos te descubren toda la gama de expresiones que es capaz de dibujar el rostro de un ser humano: expectación, deseo, angustia, alegría, aflicción… Esa experiencia que tuve en ocasiones hace ya mucho tiempo, en aquellos años en que mis alumnos eran niños de cinco, seis o siete años, la he vuelto a rememorar en las caras de los internos del Centro de Inserción Social ‘Matilde Cantos Fernández’ durante la charla que he impartido sobre la figura de Matilde Cantos. Estos internos son presos que están en tercer grado o tienen condenas de algunos meses. Han llenado la sala de usos múltiples del centro y han escuchado atentos, envolviendo con su silencio el recuerdo de la vida de Matilde que les iba desgranando. Les he hablado de esa persona que presta su nombre a la institución y que no conocían más que en un simple rótulo, algunos incluso pensaban que todavía estaba viva. Viva no, pero sí su pensamiento, les he dicho. Ha sido bueno que supieran que el centro de internamiento donde están lleva el nombre de una mujer que dedicó gran parte de su vida a atender a personas en situación parecida a la suya. Y también que dedicó su capacidad intelectual y su sentido del compromiso social a luchar porque la sociedad ofreciera una oportunidad de reinserción social a aquellas personas que habían cometido un error en un momento de su vida.

La sensación ha sido como estar en algo diferente, que escapa a nuestra cotidianidad, a las cosas que nos rodean y son tan familiares, a pesar de estar entre nosotros. Nada ha tenido que ver con una conferencia en otro espacio y en otras circunstancias. Les miraba la cara y veía mil historias en cada uno de sus rostros: fatigados, desamparados, caras ensombrecidas por miradas tristes, reflejos de huellas que hablan de adversidades recibidas; y también sonrisas de esperanza, ingenuas, ruborizadas, a veces infantiles. Y me imaginaba a Matilde y su trasiego de vida: lucha contra el fascismo, guerra civil, exilio mexicano, regreso a España, lucha contra la dictadura, batalla a favor de la libertad y la democracia, y siempre lucha contra las desigualdades, la intolerancia, la injusticia social. Les dije que ya llevarían para siempre un poco de Matilde Cantos con ellos, que ya tenían un poco de Matilde para siempre en sus vidas. Que en su historia personal la figura de esta mujer, que daba nombre a lo que era su casa en estos momentos, quedaría inevitablemente marcada.

Terminada la charla agradecen conocer algo de la persona cuya imagen ven cada día en el retrato que preside el vestíbulo de entrada, o en el nombre escrito en los documentos redactados que van asociados a su destino, o en la placa que se sitúa a la entrada del centro. Se acerca una señora para preguntarme si Matilde es del tiempo de Las Trece Rosas, le digo que sí, pero que Matilde era mayor que ellas, aunque todas compartieron un mismo ideal para España, y el sufrimiento de la represión y la intransigencia del régimen político que se alzó con la victoria en la guerra. Que tuvieron suerte dispar, que Las Trece Rosas fueron fusiladas un 5 de agosto de 1939 y que Matilde salvó la vida porque pudo escapar al exilio. Pero que su vida serviría para recordarle al régimen político represor que podría matar los cuerpos de trece jóvenes mujeres, pero nunca acabar con sus ideas porque otras personas, como Matilde, se encargarían de difundirlas a los cuatro vientos.

sábado, 5 de enero de 2013

EL MAL USO DE LA POLÍTICA

El virtuosismo en los valores éticos está en que no se adquieren más que practicándolos. Alguien es moralmente ético cuando lo practica en su forma de proceder con los demás y con la sociedad. Digo esto porque la sensibilidad en la piel de la sociedad en épocas difíciles se acentúa sobremanera. Con la crisis económica la moral privada y la moral pública también se han resentido. No es que antes, cuando la bonanza nos nublaba la visión, no estuvieran quebrantadas, pero ahora su quebranto parece apreciarse mucho más. Victoria Camps escribía que en “una época como la actual, sumida en una crisis que no parece tener fondo, las imperfecciones se hacen más visibles, las instituciones políticas y los poderes fácticos pierden auctoritas, nadie se fía de nadie y la desconfianza alcanza a la democracia misma”. Ejemplos de ello tenemos a manos llenas, ahora hemos conocido la lista de diputados que cobran dietas y alojamiento teniendo vivienda en Madrid. Esto que en otro tiempo hubiera pasado desapercibido y casi tolerado, hoy no se admite.

España es un país donde el paro alcanza cifras mayores que en la mayoría de los países de Europa. La esperanza a mucha gente se le está cayendo como jirones a medida que el implacable paso del tiempo alimenta su desaliento. Para los mayores, quienes cargan con los cincuenta o los sesenta años, porque no encontrarán empleo nunca más en su vida. Para los jóvenes, porque ven que las ilusiones puestas en tantos años de estudios en Formación Profesional o en la Universidad no les conducen más que a la precariedad laboral o al desempleo. Muchos de ellos tendrán que emigrar, irse fuera de su país, con el desconsuelo que esto supone a pesar de estar educados en esa concepción planetaria de su existencia que una vez fue tan fomentada en la escuela.

Ahora hemos conocido que se ha nombrado a Rodrigo Rato como asesor de Telefónica para América Latina. El mismo ex ministro del Gobierno de Aznar que puso las bases para la burbuja inmobiliaria, o el mismo ex director gerente del FMI que salió de bulla del organismo financiero internacional, también el mismo ex presidente de Bankia que abandonó por pies la entidad unos días antes de que la interviniera el Estado, dejando un agujero de miles de millones de euros. Confieso que ante esta noticia me he sentido abochornado y derribado como ciudadano de este país. Estamos viendo como los grandes imperios económicos del Estado que se privatizaron recolocan a ex presidentes y ex ministros de todos los colores políticos en sus consejos de administración (Felipe González, Aznar, Elena Salgado, Zaplana…, la lista es larga). Asistimos como ciudadanos al espectáculo donde del modo más grosero e impune se abofetean la ética y la moral públicas de una sociedad ajada por una crisis que no auspició y que sí provocaron gentes que estaban al frente de gobiernos e instituciones financieras, y que han utilizado la política para promoción personal. ¿Para esto quieren algunos la política?

Esta sociedad nuestra está enferma, tiene un cáncer que la carcome, y no es precisamente sus ciudadanos que en su mayoría son sufridores de un sistema donde cualquier moral pública parece quedar sólo para rellenar un discurso pero no para practicarla. Ahora que ya no estamos en tiempos de bonanza, cuando tanta gente sufre, toda conducta frívola parece si cabe más humillante. Los protagonistas más visibles de la vida pública tienen un deber de ejemplaridad y coherencia con los valores que dan sentido a las sociedades democráticas. Está visto que tampoco hemos avanzado en esto.