sábado, 28 de febrero de 2015

DINAMITAR LA ILUSIÓN DE LOS DOCENTES

En una comida de despedida de hace unos meses pude apreciar el cariño que me manifestó un grupo de directores de centros con los que había trabajado en los últimos cinco años. “En reconocimiento a su calidad humana y profesional. El equipo de directores de su zona”, rezaba la placa que me entregaron, no sé si merecida o no, pero me hizo reflexionar en esos valores tan importantes como la calidad humana y el sentido de la responsabilidad profesional que nos exige la actividad docente. Queda mucho de todo esto entre los docentes, afortunadamente, pero quizá lo que menos quede sea ilusión, ilusión para afrontar su trabajo con mejores sensaciones, con una pizca de valoración ajena por lo que hacen.

Muchas veces me he preguntado qué fue de aquella ilusión de los docentes de los años ochenta, cuando emprendían las tareas educativas ilusionados con un trabajo que les satisfacía y del que se sentían orgullosos. Y me he preguntado también por qué ahora los vemos más afligidos y desaminados. ¿Quién ha dinamitado tanta ilusión?

Algo sobre esto escribí hace unos años que quiero rememorar. Decía que los movimientos de renovación pedagógica de aquellos años ochenta tenían esa ilusión, acaso justificada por el gesto de ruptura con la escuela anterior, la escuela franquista, pero también por los deseos de una pedagogía nueva que nacía de ellos mismos. Pasado tanto tiempo, tengo la impresión de que aquellos maestros de entonces son los que hoy viven el mayor desánimo, hasta el punto de haber sabido (o no haber podido por circunstancias ajenas) convertirse en el referente docente para las nuevas generaciones de maestros que se han incorporado en los años noventa y en este inicio de siglo.

Aquellos maestros de la renovación se les ve ahora desencantados con la educación actual, algunos manifiestan su descontento con el rumbo que ha adquirido y con esta especie de locura pedagógica y reformista que nos ha invadido. Es posible que sea una consecuencia de no sentirse (o que no les hayan dejado sentirse) protagonistas del cambio educativo que se inició a principio de la década de los noventa o que desde las administraciones educativas no se contara con ellos para liderarlo, y se siga sin contar, mientras se les ha sobrecargado de un batiburrillo de cambios educativos sin sentido que sólo justifican los que los diseñan desde los despachos de las administraciones educativas.

Todos aquellos maestros podrían haber dejado una excelente herencia para las nuevas generaciones de docentes, pero me temo que eso no ha ocurrido. Qué pobre herencia hemos recogido de aquella época y qué poco ha repercutido en nuestra escuela. Tan pobre como la herencia que los últimos gobiernos de España han dejado en la sociedad española provocando la ruptura abisal que observamos entre la ciudadanía y las instituciones.

Cada día percibo esa ilusión quebrada en muchos docentes. Los veo agobiados por la enorme cantidad de burocracia que se les exige, por cómo son ninguneados desde las administraciones educativas, por cómo su trabajo no es valorado y está sometido a absurdos, continuos y caprichosos (cuando no malintencionados) cambios curriculares y organizativos, a través de una ingeniería curricular tan absurda, repetitiva y desacreditada, que la realidad de la escuela no demuestra que no conducen a nada. Se presentan como novedosos los mismos postulados educativos, las mismas formas organizativas o las mismas ideas de lo que ha de ser la educación que se llevan diciendo ya treinta años.