lunes, 11 de marzo de 2024

EL OLVIDO ESTÁ LLENO DE MEMORIA*

 

Cuando el mundo parece que naufraga, en un caos que algunos lo tienen muy medido, mientras los muchos lo padecen, me viene a la memoria que la muerte es el único lenguaje que esos ‘algunos’ conocen y practican, convencidos de que es su mejor compañera para avalar su triunfo. No conocen la compasión, quizá porque nadie la practicó con ellos o porque no la consideran necesaria para su supervivencia. Los demás, la gran mayoría, son presa de sus maldades y de la crueldad de sus mentes depravadas, alejadas de la empatía y aliadas del dolor y el sufrimiento ajeno.

El olvido, aunque “no es victoria sobre el mal ni sobre nada”, escribía Benedetti, nos libera de no pocas malas remembranzas que, si no, asediarían nuestra mente bajo un tormento capaz de volatilizar nuestro juicio. Sin embargo, el recuerdo se activa fácil al visitar un lugar donde las personas fueron presa de la pulsión del tánatos. “El olvido está lleno de memoria”, decía también Benedetti.

Hace más de diez años paseaba por la calle Navas de Tolosa de Mondragón, mi imaginación irremisiblemente  evocó el escenario de la tragedia desatada aquel 7 de marzo de 2008 frente al portal número seis: el terrorista de ETA, Beñat Aginagalde, asesinaba a Isaías Carrasco. Hoy el olvido puede que haya aliviado las emociones que me causó recrear los detalles que acontecieron, los momentos en que el pistolero aguardaba la salida del exconcejal socialista, el descerraje de cinco disparos viles desde el parabrisas, mientras se acomodaba en el asiento del coche.

También estos días se cumplen veinte años del atentado yihadista del 11M en Madrid. Murieron 192 personas y casi dos mil resultaron heridas. No hace tanto subía al cercanías para ir de Colmenar Viejo a la estación de Sol, un trayecto que resulta plácido y ligero, pero eso no fue óbice para que me asaltaran los ecos de la masacre causada por la explosión de diez bombas en distintos puntos de la red de cercanías. Igual que al pasear por el World Trade Center, la Zona Cero de Nueva York en Manhattan, rememoraba las imágenes de las Torres Gemelas impactadas por dos aviones, otro día 11, pero de septiembre de 2001. Cuando uno es forastero y visita un lugar donde aconteció una tragedia tan cruenta, siente el incómodo recelo de pensar que por allí merodeó la muerte.

El espectáculo de la muerte siempre tiene sus adeptos. Ejercer de verdugo o sicario debe provocar, a tenor de imágenes grabadas sin pudor, un subidón de adrenalina, acaso un deleite libidinoso, capaz de estimular el placer de sentirse poderoso, disponiendo de la vida de los demás, gozando con la destrucción y la sangre o el sufrimiento de indefensos ciudadanos. Eso debió ocurrirle a los asesinos de Hamás, que grabaron con móviles sus acciones, o a los asesinos del ejército israelí en sus razias. Hace más de un mes el New York Times (Investigación visual, 6/2/24) publicaba una serie de vídeos, tras rolar por redes sociales, de soldados israelíes, deshumanizados y sonrientes, mostrando sus ‘hazañas destructivas’ o burlándose de los habitantes de Gaza, filmándose como auténticos ‘tiktokes’con total impunidad, sin el recato ni decencia de quien tiene la fuerza bruta y mortal de su parte. ¿Qué impulsaría a aquellos otros soldados que perpetraron la matanza de un centenar de gazatíes desesperados y hambrientos el 29 de febrero?

En otro campo de batalla, en el conflicto entre Rusia y Ucrania, ocurre otro tanto. Los soldados, cual reporteros, comparten vídeos de momentos del combate con cámaras instaladas en el casco. No faltan los que muestran torturas, ejecuciones o vejaciones hacia el enemigo y la población civil. Cuando se da cuartelillo a los instintos más bajos del ser humano, se puede esperar todo del ser humano. Los ejemplos de estas perversidades podrían ser incontables.

Veo el horror de la guerra en imágenes de televisión y a veces me desentierran aquella asfixiante película de mi juventud: Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo, 1971), el joven combatiente de la Primera Guerra Mundial que al despertar en un hospital solo tenía activa su mente atormentada y desconcertada. Sin rostro, ciego, sordo, mudo y con los miembros amputados, solo mantenía el cerebro para interpretar qué le ocurría. El silencio le traía a la memoria una explosión tras un bombardeo, luego, la nada. Al descubrir que seguía en la vida, y que su cuerpo tullido era su cárcel, la agonía le carcomía pensando que la sinrazón humana lo había sumido en la negación.

El mundo se agita, el peligro de escalada bélica no hace más que amenazarnos. Europa ya habla de elevar el presupuesto de Defensa. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lo expresó ante el Parlamento Europeo: “La amenaza de guerra puede no ser inminente, pero no es imposible”.

La nuca no es solo el destino de la violencia, también lo es la aniquilación de la conciencia que nos deja aislados: ciegos, sordos, mudos, sin rostro, sin extremidades, inmóviles, con el cerebro intacto mientras nos martirizamos por no poder contemplar la vida, ni escuchar los sonidos de la paz, ni proclamar la verdad, ni caminar por senderos de gloria o amar a nuestros semejantes, solo regurgitar en el dolor pensamientos silenciados, tormentosos, dañinos para nuestro equilibrio personal. Entretanto, dejamos que la tiranía tenga las manos libres.     

La sensación que provoca tanta desdicha en la razón es un estruendo destructivo y despiadado en el corazón de la humanidad. 

 *Artículo publicado en Ideal, 10/03/2024

** René Magritte, Memoria, 1944

 

lunes, 26 de febrero de 2024

CUANDO DE SALUD MENTAL INFANTIL Y JUVENIL SE TRATA*

 


No sé si el futuro de las próximas generaciones va a ser peor, distinto o está prescrito en una receta por los nuevos dioses de las tecnológicas denunciadas por provocar la gran crisis de salud mental de los jóvenes en Estados Unidos. Lo cierto es que lo que les estamos construyendo no es ese halo de felicidad, prometida por espectros que se mueven en universos en expansión, afanados en hacérsela ver, en una suerte de propaganda narcotizada y marketeada, sino futuros despersonalizados.

“Vender felicidad y acomodar la vida al patrón de ser feliz es parte del proyecto de la nueva normalidad en la que estamos instalados”. Así lo señalan Edgar Cabanas y Eva Illouz en Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. La gran industria que la visión neoliberal tiene diseñada al efecto en la sociedad posmoderna: “Vender cualquier cosa, lo que sea, incluso ‘humo’, para ser felices”. Esa misma felicidad paradójica de la que habla Gilles Lipovetsky en su ensayo sobre la sociedad del hiperconsumo.

Las generaciones de ahora suelen etiquetarse: ‘millenials’, antes, o generación Z, ahora, la nacida con la irrupción de internet y consumidora de esta tecnología. La que encontramos en nuestras escuelas, junto con la que ya se viene llamando generación Alfa, la emergida en la segunda década del presente siglo. La generación Z suele mostrar una aparente imagen de ‘pasar’ de su mala salud mental con mensajes y comentarios en tono humorístico, como si con ello combatieran su malestar, lo parchearan o quisieran simular que tal cosa no existe en su mente, como si diciendo lo contrario a como se sienten, sin más, acertaran con la terapia salvadora que todo lo resuelve. Quizá esto de relativizar los problemas sea un mecanismo de defensa para no aparentar preocupación en un mundo que exige una permanente sonrisa. Sin embargo, banalizar los sentimientos de angustia o pesimismo no siempre es la mejor alternativa. La generación Alfa sigue un camino parecido.

Cuando hablamos de ‘generación de cristal’ no podemos obviar que está sometida a una tormenta de influencias de lo más diverso. Sobre ella recaen un sinfín de mensajes, subliminales o explícitos, imágenes de cómo han de ser para triunfar o ser felices: un auténtico bombardeo sobre mentes en formación. Esta generación está embestida por una potente presión, tanto del entorno inmediato como del remoto, como jamás lo estuvo otra generación anterior. Desvelar y verbalizar el desasosiego emocional es pertinente y necesario, reconocer que en la búsqueda de una solución a sus problemas personales precisan ayuda psicológica, es un paso adelante. La fragilidad es un valor que todo ser humano debe exhibir, cuando realmente la siente en su estado emocional.

Los que somos de otro tiempo recordamos aquello que cantaban Ana Belén y Víctor Manuel:Para la ternura siempre hay tiempo’. Nos hizo ver en aquellos años ochenta que los sentimientos debían abrirse, mostrarse en las relaciones humanas y no quedar ocultos en la recóndita esfera de la represión, como aseguraban aquellos otros postulados que recomendaban ‘ser duros’ o ‘aguantar para dentro’.

Quienes nos movemos en el mundo de la educación, y tomamos contacto con los centros educativos, apreciamos que los casos de problemas de salud mental en el ámbito escolar van en aumento. Los trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), trastornos de ansiedad, depresión infantil y adolescente o las inclinaciones suicidas y conductas autolesivas son una realidad que cada día está más presente.

La enorme influencia de las redes sociales en este incremento de trastornos de salud mental y bienestar psicológico entre niños, adolescentes y jóvenes adultos, está refrendado por no pocos estudios. Desde la irrupción de la hiperconectividad, que abrió un universo del que desconocemos sus límites, antes que crear entornos comunitarios de relaciones estables, ha promovido no solo un mayor individualismo, también la desconexión con la realidad circundante. A veces propicia situaciones adversas de inestabilidad psicológica. Las propias redes sociales se convierten en peligrosos oráculos cuando los jóvenes buscan soluciones en ‘influencer’, ‘streamer’, ‘youtuber’ o ‘tiktoker’. Como cuando se busca consejo entre el grupo de iguales a las dudas en las relaciones afectivo-sexuales, o directamente se va a la pornografía. Hoy día, más que nunca, prolifera la respuesta amateur frente a la ayuda prestada por especialistas.

La depresión, la ansiedad o los estados emocionales adversos no deberían ser temas frivolizados con opiniones de aficionados, que fomentan el autodiagnóstico, lejos de profesionales de la psiquiatría o la psicología.

Uno de los temas que más inquieta es el suicidio y las autolesiones. La Organización Mundial de la Salud señala que el suicido es la segunda causa de muerte entre los 15-29 años en todo el mundo. En países desarrollados, la relación entre el suicidio y los trastornos mentales tienen en la depresión o las adicciones al alcohol y drogas las causas principales. En España, el suicidio es la primera causa de muerte no natural en estas edades, por delante de los accidentes de tráfico, convirtiéndolo en un problema de salud pública. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en el año 2020 hubo 14 suicidios en menores de 15 años (7 hombres y 7 mujeres); y 300 (227 y 73) entre los 15-29 años.

A los jóvenes les prometemos futuros, que la mayor parte de las veces son futuribles. Deberíamos tomar mayor conciencia como sociedad del problema de la salud mental infantil y juvenil. Se trata de la nueva epidemia que nos acecha.

 *Artículo publicado en Ideal, 25/02/2024

**  La noche estrellada,Van Gogh, 1889

lunes, 12 de febrero de 2024

AMNISTÍA Y TERRORISMO*

Ansiar el poder suele hacer cambiar de opinión de un día para otro y recurrir a argumentos variopintos bajo la premisa de que el fin justifica los medios, por muy deleznables que estos sean. El concepto de política, ese arte de lo posible capaz de cambiar el mundo, eso sí, no solo a mejor, también a peor, podríamos decir que arranca con Aristóteles y continua con Maquiavelo o Leibniz, concepción a la que le van añadiendo apellidos, como el Mayo del 68, cuando los estudiantes proclamaban: “Sed realistas: pedid lo imposible”. Por eso la política también se concibe como el instrumento para alcanzar lo imposible.

Entre lo imposible parece que está eso de conseguir un clima de convivencia y concordia con el independentismo catalán que, de alcanzarlo, el tiempo y la historia lo dirán, se agradecerá algún día. España vive ahora momentos cruciales con una ley de amnistía que aspira a apaciguar o, tal vez, finiquitar el ‘procés’, movimiento político que tanto nos ha incomodado y hacia el que algunos tenemos escasa simpatía. Escribíamos que a la cuestión nacional (mi artículo publicado en Ideal, 12/11/2023) hay que buscarle una solución: hallar el punto de avenencia, salvo que queramos mantener la confrontación sine die.

Hubo un tiempo en que Junts y el ‘golpista’ Puigdemont casi fueron indultados por el PP, cuando González Pons, vicesecretario de acción del partido, tuvo conversaciones con responsables del independentismo catalán. Entonces manifestó sobre Junts (Onda Cero, 23/08/23): “Es un grupo parlamentario que al igual que ERC, más allá de las acciones que cuatro personas, cinco, diez, las que fueran, llevaran a cabo, representan a un partido cuya tradición y legalidad no está en duda”. Hoy se dice lo contrario. “Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”, sentenciaba el Poema del Mío Cid.

Luego vino la arremetida de lanzar mensajes a diputados socialistas para que cambiaran el sentido de su voto a favor de la investidura de Feijóo. Lo dijo Borja Sèmper: “Aquellos que se encuentren incómodos con el apoyo al PSOE de nacionalistas vascos y catalanes”. Esto, cuando el PP montó la estrategia de presión sobre los diputados críticos del PSOE, tras asumir el portazo del PNV a la investidura y la dificultad de atraer a Junts Todo lo cual cabe en el devenir lógico de la política.

Discutir si estamos de acuerdo o no con la amnistía al independentismo catalán es un debate legítimo y necesario. Pero introducir la variante del terrorismo en la línea argumental para vincular la amnistía con concesiones a terroristas cabría calificarlo de espurio y grosero. Me explico.

España vivió durante más de cuarenta años una de las lacras más lacerantes que puede sufrir una sociedad: el terrorismo, en unos momentos en que se salía de una dictadura y construíamos la democracia. En octubre de 2011, ya más de doce años, ETA anunció el cese de la lucha armada, después de que la sociedad española la derrotara. Sin embargo, no ha pasado ningún día desde entonces sin que el terrorismo no haya sido esgrimido como argumento para hacer política. Y ha funcionado. Hay partidos políticos que necesitan activar el discurso terrorista para regurgitar en sus relatos a la opinión pública un alimento innoble y falaz. Una sociedad que lo ha sufrido durante tanto tiempo necesita sentirse liberada de esa obsesión que la tuvo atenazada aquellas aciagas jornadas marcadas por los sangrientos atentados. Hay más del 50 por ciento de población española que ha vivido bajo la pesadilla del terrorismo toda su vida; el otro 50, con la dictadura añadida.

Por eso banalizar el terrorismo, cuando no lo hay, es una indecencia. Intentar perseguir a independentistas tachándolos de terroristas es una aberración en el uso de nuestro Estado de Derecho. Que hubiera independentistas vascos que utilizaron el tiro en la nuca y atentados masivos e indiscriminados para matar a la gente, generando terror como maniobra de presión y control, al más puro estilo fascista, no significa que quienes se manifiestan como independentistas haya que calificarlos también como tales. No se les exculpa la violencia despreciable a los Comités de Defensa de la República (CDR) o Tsunami Democrátic, con acciones de una brutalidad desmedida para ‘hacer valer su fuerza’, pero no cometieron actos terroristas. La sociedad española es, sin duda, la más avezada para diferenciar terrorismo y manifestación violenta. Y si los hubiera, que hable la Justicia.

La política lo puede todo, o no, pero sí es capaz de crear la confusión hasta malversar la opinión pública de ciudadanos que confían en sus políticos. El segundo mandamiento dice: “No tomarás el nombre de Dios en vano”. El terrorismo tiene poco de sagrado, aunque para los terroristas sea su primer mandamiento, pero no podemos tomarlo en vano y esgrimirlo para todo. El terror y la crueldad generalizada que implica, invalida su uso como ‘argumento’ para politiquear, al menos por respeto a una ciudadanía que lo ha padecido.

En política no vale todo, aunque ciertos políticos crean que sí. La premisa de que el independentismo es terrorismo es falsa. Terrorista es el que utiliza el terror y la muerte como maniobra para alcanzar sus fines. No son terroristas, por ejemplo, los trabajadores más radicales de los astilleros de Cádiz que cortaban vías de comunicación incendiando neumáticos, como no lo son los que se manifestaron en el barrio de Gamonal en Burgos, enero de 2014, en unas protestas que durante varias noches quemaron contenedores, arrasaron materiales de obras o destrozaron sucursales bancarias.

 *Artículo publicado en Ideal, 11/02/2024

 ** El asesino amenazado, René Magritte, 1927

lunes, 29 de enero de 2024

LOS ÁNGELES DE LA MUERTE*

 


El horror de la Primera Guerra Mundial inspiró a Vicente Blasco Ibáñez la novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Publicada en 1916 y ambientada en 1914, relata las vicisitudes de dos familias: los Desnoyers y los Hartrott; provenientes de un tronco común, tomarán partido por cada bando contendiente: francés y alemán. El avance del horror y la desolación que desgarraba aquella Europa estará representado en los cuatro jinetes: guerra, hambre, peste y muerte.

El capítulo sexto del Apocalipsis, último libro del Nuevo Testamento, narra, en la primera parte, la apertura a cargo de Jesús del pergamino sellado con siete sellos. De los cuatro primeros saldrán cuatro jinetes montados en sendos caballos. Cuando Alberto Durero fue encargado de ilustrar con grabados el libro del Apocalipsis, en plena disputa religiosa en Alemania y la reforma de Lutero en ciernes, dibujaría a los jinetes de un modo alegórico: uno con un arco sobre caballo blanco, simbolizando la conquista; otro con una gran espada sobre caballo rojo, la guerra; el tercero con una balanza en la mano montando un caballo negro, el hambre; y el cuarto, un caballo esquelético sumido en la palidez, imagen de la muerte. Conquista, hambre, muerte y guerra, y esta como catalizador del cataclismo.

La guerra siempre se ha blanqueado con la épica, atribuyéndole causas nobles y atributos de lealtad; mientras el horror y la crueldad quedaban para las historias individuales. El cine americano, salvo excepciones, así la ha representado: los ‘buenos’ triunfando sobre los ‘malos’, como aquellos cómics, Hazañas Bélicas, que instruían en ‘el noble arte de la guerra’ a los niños de la España autárquica y tardofranquista, con adversarios identificables: los enemigos de la humanidad que, obviamente, nunca éramos ‘nosotros’. Los promotores de las guerras siempre tratan de convencernos de que lo hacen por una ‘causa justa’, en una máxima intemporal: antes, ahora y después: “Si quieres conseguir la paz, nada mejor que hacer la guerra”.

La guerra es una ambición que nunca sacia a los llamados ángeles de la muerte. Ocultos bajo aparentes ‘bondades’, azuzan hasta ver fluir la sangre de sus víctimas. Hay ángeles de la muerte que actúan a título particular, entonces se les denomina asesinos en serie, como aquel tímido y discreto enfermero, Charles Cullen, homicida de los pacientes de la unidad de quemados de un hospital de Nueva Jersey, que narrara Charles Graeber en El ángel de la muerte. Otros, sin embargo, actúan a cara descubierta, desde la honorabilidad del poder que ostentan y de un relato acomodado a sus delirios, apoyado por una cohorte de secuaces y de miles o millones de ciudadanos adiestrados.

Estos son auténticos ángeles exterminadores, como el Abadón bíblico, dueño del abismo, quien no dudaba en desencadenar fuerzas oscuras y destructoras para acabar con la vida de los destinatarios de su ira. Es el triunfo del mal que nos relata Ernesto Sábato en Abaddón el exterminador, en el escenario apocalíptico que recreaba los sucesos trágicos de la Argentina de los setenta o de las grandes guerras del siglo XX.

EE UU y las democracias occidentales parecen luchar hoy contra su decadencia. No exentas de responsabilidad en la locura violenta desatada en el siglo XXI, son protagonistas de la convulsión vivida en las dos décadas transcurridas, parangonadas con las que conocimos al  inicio del siglo anterior. Guerras en zonas crispadas de Asia, torpes estrategias alentadoras del terrorismo, fallidas primaveras árabes, inoperantes en la resolución de conflictos…, hoy se muestran ‘incapaces’, sobre todo EE UU, de impedir que Netanyahu siga perpetrando el exterminio de la población civil de Gaza. El argumento del derecho a defenderse ha quedado superado por la crueldad esgrimida. Su ridículo disfraz de comandante en jefe de la venganza, con que aparece en las portadas de la prensa, y su aire de anciano socarrón, trasladan la imagen patética del ensañamiento. La misma que delata al Putin de mirada esquiva, dispuesto a alargar ‘su guerra’ en el tablero de una macabra partida de ajedrez interminable.

Netanyahu y Putin, los Mirko Czentovic que retratara Stefan Zweig en su novela póstuma, Partida de ajedrez. Dotados ambos de la soberbia que infunda el poder, se vanaglorian de sus ‘victorias’ sobre contrincantes débiles y desarmados. En la tenebrosa partida no cae un alfil o una torre, cae la vida. Mientras, el mundo clama porque aparezca un enigmático ‘doctor B’ capaz de frenar la prepotencia de estos ángeles de la muerte, dominados por la locura del desprecio a la vida. Por eso pedimos a la justicia de los hombres que tome la iniciativa, aunque solo sirva para condenar sus tropelías.

En marzo de 2023 la Corte Penal Internacional emitió una orden de arresto contra Vladímir Putin, acusado de crímenes de guerra por el traslado y deportación de niños ucranianos a Rusia. Ahora Sudáfrica ha solicitado al Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas que abra un procedimiento contra Israel por haber violado la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de 1948, y como medida cautelar que se suspendan las operaciones militares en Gaza.

La impunidad del poder autocrático ejercido en su territorio los libra, por el momento, de comparecer ante la justicia. Nos acordaremos de ellos cuando la historia los juzgue, como nos acordamos de otros que sembraron de cadáveres el siglo XX. Demasiados jinetes cabalgando a lomos del caballo de la muerte.

¡Tanto como hemos sufrido y consentido, y que todavía sigan levitando ángeles de la muerte en un mundo que creíamos civilizado!

 *Artículo publicado en Ideal, 28/01/2024

**Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Viktor Vasnetsov, 1887