jueves, 25 de junio de 2009

EL TORO DE CORIA MUERE SIN DARDOS


No es que yo pretenda plagiar el titular de la noticia de El País. Es que es cierto que este año el toro de Coria no ha sido adornado con acericos. Sólo se le ha dado el tiro de gracia, ése que dicen que es para que no sufra.
Cuando uno escribe –en desacuerdo, se entiende– sobre estas mal llamadas tradiciones le da la sensación de haber caído en la blandenguería. Como si hubiera caído en la lástima por todo: ¡pobrecito toro!, ¡lástima de los cerdos que son degollados en la matanza! Y así todas las ocurrencias que ustedes quieran en esto de matar bichos.
Sin embargo, hay que matar bichos para comer, porque somos seres omnívoros y comemos de todo. Y que me perdonen los vegetarianos.
Lo que no es de recibo, a mi modesto entender, es que nos divirtamos a costa de un bicho. Esto, de entrada, me parece una salvajada. La crueldad como parte de la diversión es un estadio de la evolución humana que debíamos haber superado hace tiempo. Por lo menos desde que nos dio por someter a la razón a todos nuestros juicios. Al menos desde el siglo XVIII.
Enmascarar la crueldad con la tradición es hacer un ejercicio mental donde a buen seguro no ha germinado ninguna de las enseñanzas que hoy se imparten en la escuela. Y esto es peligroso.
Y justificar esta práctica con supuestos factores curativos, sanadores o de demostración de virilidad es caer en la superstición que se combatió en el siglo XVIII.
¿No será que a lo mejor hemos vuelto a un estadio anterior a cuando la razón se impuso como instrumento de pensamiento?
Si con la Ilustración –muchos obispos regalistas lo hicieron– se combatieron prácticas como los disciplinantes en la Semana Santa, por considerarlas supersticiones, ¿cómo ahora se han convertido en atractivos turísticos manifestaciones populares en Semana Santa en que lo común son los empalados o los disciplinantes que se flagelan?
Me preocupa esta justificación, sea por motivos religiosos, turísticos o económicos, que concluye alentando la pervivencia de prácticas supersticiosas. Porque seguramente, siguiendo a Platón, el hombre embrutecido por la superstición llegue a ser el más vil de los hombres.
Estamos destruyendo la base del pensamiento que nos puede hacer libres: pensar por uno mismo. Y esto es peligroso en el mundo que corre: globalización del conocimiento y medios poderosos que llegan con facilidad a millones de personas.
Ahora el toro de Coria ha muerto sin dardos. ¿Habría que interpretar esto como un pequeño paso para salir de la barbarie?
Mucho me temo que el verano no ha hecho más que comenzar.

miércoles, 17 de junio de 2009

MATILDE CANTOS FERNÁNDEZ, SU BIOGRAFIA

Matilde Cantos Fernández (1898-1987) vivió, sintió y anheló a su ciudad: Granada, pero su historia personal la alejó de ella casi siempre por tristes circunstancias. Su vida estuvo marcada por la lucha a favor de la libertad, la emancipación de la mujer, la atención a los demás y el exilio en México. En esta biografía se traza la ajetreada e intensa vida de Matilde Cantos con el horizonte marcado por su compromiso social y político.

Conocí, conviví y admiré a Matilde Cantos y, por razones quizá del azar, me convierto ahora en el autor de su biografía. Para acometer esta empresa he necesitado poner distancia entre los sentimientos personales y el oficio de historiador, apelando en lo posible a la deontología profesional como medio para alcanzar cierto grado de honestidad. He procurado que el personaje no se apoderara de mí –no sé si lo habré conseguido– y terminara convirtiéndome en una marioneta manejada por el ardor de los sentimientos que tanto desfiguran a veces la realidad; de modo que en ese trasiego de hurgar en el devenir histórico de Matilde Cantos se ocultara la veracidad del análisis y cayera en el panegírico.

Convencido de haber conseguido dicha distancia, creo que el personaje ha cobrado su auténtica dimensión histórica, la que le vincula al papel de auténtica protagonista de la gran revolución del siglo XX: la de la mujer. Esa revolución que ha equiparado en derechos, aunque sea en una parte del mundo, al varón y a la mujer, como uno de los mayores logros que han alcanzado las sociedades modernas.


Casi todas las conquistas de la mujer en el siglo XX Matilde las había alcanzado antes de que tuviera que exiliarse. Se independizó como mujer del vínculo matrimonial, fortaleció su pensamiento libre, se emancipó económicamente y sostuvo su independencia el resto de su vida. Todo como consecuencia de una vida marcada por la lucha y la tenacidad de quien tenía fuertes convicciones personales, las mismas que admiró en su heroína predilecta: Mariana Pineda.

Ella fue protagonista de su tiempo porque no se conformó con la sociedad que se encontró al nacer, porque percibió pronto injusticias y desigualdades, y porque quiso transformar la sociedad para que fuera más justa y solidaria. Fue protagonista de muchas de las transformaciones que acontecieron en el mundo de la mujer: abominó de su situación con respecto al varón, de su discriminación social o de su condición de mera espectadora de los cambios sociales y políticos. Alzó la voz no para redimir a nadie, sino para alentar a la emancipación de la mujer por sí misma, a la participación activa de la mujer en su propio cambio, para que ella fuese la protagonista de su liberación.

Para mí, la redacción de esta biografía, aparte de la satisfacción personal, me ha servido para profundizar más, tras más de dos décadas de su muerte, en la persona y la mujer de Matilde Cantos. Realmente ha sido un bonito ejercicio de aproximación al alma femenina desde la perspectiva de un hombre.

***Si estáis interesados en leer la biografía, pinchad sobre la imagen de la portada del libro que queda a la derecha de esta página del blog.

Enlace a la página de Matilde Cantos en Wikipedia:
http://es.wikipedia.org/wiki/Matilde_Cantos

martes, 16 de junio de 2009

ELLOS NO NOS DEJARÍAN SER LIBRES


Las últimas elecciones europeas han dado la voz de alarma: la ultraderecha gana espacio político en nuestras democracias occidentales.
Es un serio aviso. Es como la enfermedad que se manifiesta cuando le metástasis es irreversible.
De estos años pasados de dominio del ultraliberalismo, quizá, ésta haya sido una de sus consecuencias, como lo es la crisis económica a la que nos ha llevado, aunque con mayor probabilidad una y otra hayan ido de la mano.
Me preocupan las sociedades débiles, como la que se configuró tras la primera guerra mundial y que luego caería en las garras del fascismo. Sociedades que sucumben en la pusilanimidad, en la ausencia de principios y que se tornan impermeables a los grandes valores democráticos: solidaridad, justicia, respeto al prójimo…
Al calor de un sociedad débil, la ciudadanía se muestra poco armada intelectualmente, desprovista de capacidad crítica para analizar lo que se le ofrece, sumida en el consumismo irracional. Así es como ganan terreno los proyectos políticos que anulan a la persona.
Me inquieta que estemos convirtiendo a los ciudadanos en seres vulnerables. Éste es el mejor caldo de cultivo para las ideologías excluyentes.
En este sentido los partidos políticos tienen que tomar buena nota. Ofrecen tanto que terminan convirtiendo al ciudadano es ese niño que saciado de juguetes no es capaz de valorar lo que tiene.
Las ultraderecha ahora asoma sus orejas, ocultando aún su malévolo rostro. En los próximos años no sabemos si lo llegaremos a ver completo.
Si la ultraderecha llegara a ocupar el poder, a buen seguro nosotros no podríamos disfrutar de los derechos y las libertades que nuestras democracias les ofrecen a ellos. No se trata de limitarles en derechos, pero la democracia tiene que defenderse de las amenazas de los que pretenden engullirla aprovechándose de la inocencia y buena voluntad que se recogen en los principios que la sustentan.
Defenderse de esas amenazas es preservar nuestro futuro. Formar al ciudadano es una buena alternativa, pero formar al ciudadano tanto en sus derechos y libertades como en su responsabilidad cívica.
Si algún día llegara a triunfar la ultraderecha, con seguridad ellos no nos dejarían ser libres.

domingo, 7 de junio de 2009

EDUCACIÓN, POLÍTICA Y CÍRCULO


Cuando era niño tenía la creencia de que el grado de inteligencia de una persona se podía medir en función de que fuese capaz de trazar un círculo con la mente. Para ello se precisaba realizar un ejercicio de concentración y trazarlo imaginariamente con el pensamiento como si de un puntero se tratara.
Hay quien se empeña en trazar el círculo perfecto en la educación desde la política. Sólo desde la política. Como si ello fuera suficiente.
En el mundo de la educación los círculos son imperfectos. Como lo puede ser el vuelo de una mariposa en contraposición a la uniforme trayectoria que dibuja una bala. Por utilizar esa preciosa metáfora que ya reseñara P. W. Jackson en La vida en las aulas.
Nos hemos empeñado en dibujar el círculo perfecto de la educación –es más, lo hemos hecho una y otra vez sin reparar en nuestro error– sin contar con los que tienen que trazarlo en la realidad más inmediata.
¿Quiénes?, los que se sientan cada día cargados de paciencia con un chavalito o un chavalita que lee con dificultad o que no entiende bien el concepto de la división. Ese chavalito o chavalita que te mira con ojos inocentes esperando que tú le ayudes a aclarar semejante galimatías.
En ese empecinamiento hemos querido de manera torpe y autista dibujar el círculo perfecto sólo desde la política. Y ese error lo estamos pagando en la educación. Durante varios lustros hemos querido hacer ‘educación’ impulsado la superestructura educativa, pero nos hemos olvidado que existe la microestructura educativa, aquella que forma parte del corazón de los centros educativos.
No olvidemos que aunque queramos trazar el círculo perfecto en la educación sólo desde la política habremos de admitir que aquél concluirá teniendo perfiles irregulares e, incluso, alcanzando los visos de una trayectoria elíptica, pues probablemente así se corresponderá con el trazado que se bosqueje desde la realidad.
Ahora dudo que trazar imaginariamente un círculo con la mente sea un símbolo de inteligencia.