jueves, 22 de abril de 2010

EL VELO DE LA DISCORDIA*

La escuela otra vez en el punto de mira de la polémica. Habitualmente es noticia para lo malo, y menos para las muchas cosas buenas que ocurren en el interior de ella.
En estos días estamos asistiendo al conflicto generado en el instituto ‘Camilo José Cela’ de Pozuelo de Alarcón por el uso del ‘hiyab’ por parte de una de sus alumnas, Najwa Malha.
Me apena que la escuela se tenga que ver inmersa en situaciones de este tipo que no favorecen ni su imagen ni la labor que se hace en ella. Como cuando se produce una agresión o cualquier otro incidente que pronto gana espacio en los medios de comunicación. Pero ésta es la realidad que nos ha tocado vivir.
La negativa del Consejo Escolar de este instituto ha abierto un debate sobre el derecho a la educación y la libertad religiosa. Ya hay quien se ha posicionado en este asunto: los que piensan que debe prevalecer la norma dictada en el centro y los que consideran que el derecho a la educación y la escolarización debe primar sobre la anterior.
El respeto a las creencias personales es un principio básico de convivencia y democracia. Sin el respeto a las formas de pensar y de creer de los demás romperíamos una de las reglas básicas de la democracia.
Por otra parte, el ejercicio de la autonomía organizativa de los centros no es una carta blanca para determinar lo que se antoje. La autonomía de los centros educativos, que es un derecho regulado en las leyes de nuestro sistema educativo, no les arroga la potestad de dictar cualquier norma. Las que se dicten en los reglamentos no pueden entrar en contradicción con las normas de rango superior.
La libertad religiosa y el derecho a la educación, que pudieran estar infringiéndose con dicha norma en este instituto, tienen rango constitucional y están reconocidos en nuestro ordenamiento legislativo.
No siempre ponemos la suficiente reflexión y sensatez en nuestras decisiones. ¿Qué ocurriría si un chico o una chica, por mor de los tratamientos de quimioterapia, pierden su pelo y necesitan cubrir su cabeza con una gorra o un pañuelo? Me parece correcto que se cuiden las formas de estar, de vestimenta y decoro en un centro educativo. No obstante, existen salvedades, y el pañuelo de la chica que ha sufrido un tratamiento de quimioterapia o la chica que usa el ‘hiyab’ son la excepción que confirma la regla.
Diferente es que tratándose de un centro público, éste manifestara en su reglamento o mediante la exhibición pública de símbolos religiosos, su confesionalidad o hiciera propaganda de una determinada confesión religiosa.
Y después de todo esto no nos faltan las contradicciones. En una sociedad laica como la nuestra abrimos las puertas de la escuela para impartir clases de religión y, sin embargo, entramos en discordia con una chica que pudiera llevar un velo en la cabeza o un chico que llevara un crucifijo colgado al cuello.
Este asunto, que está despertando tanta curiosidad, no debería ser la ‘guerra’ de la escuela en España. Hay otras cuestiones en la educación sobre las que deberíamos emplear mejor nuestras energías.
* Este texto ha servido de base para un artículo publicado, con el mismo título, en Ideal, 27/04/2010

jueves, 8 de abril de 2010

‘GRISICITUDES’, DE SARAY PAVÓN MÁRQUEZ

En la noche del día 7 de abril nos reunimos un grupo de amigos en torno a Grisicitudes, el poemario de Saray Pavón Márquez.
Esta joven poeta sevillana nos cautivó a todos los presentes con su poesía. “El ombligo es la primera cicatriz”, “Las hormonas, los cambios”, “Atuísmo” son tres partes de un poemario que dialoga permanentemente con el lector.
Saray le da orden al caos. El paso del tiempo es la clave de ese orden del caos.
El libro es un viaje en lo estético, en el conocimiento, en la palabra inspirado en la muerte, el desamor y el vacío con un toque de sensualidad, un poco provocador. El amor aparece acuciado por el desencuentro.
Los poemas recorren un 'yo' roto y desorientado que abre su propia caja de Pandora y se inmola, recuperando luego la cordura para corroborar la pérdida del ser amado -su centro de gravedad- y concluir, sin ni siquiera esperanza, con que el amor acaba siempre dividido.

“Pero ya lo sabía:
el amor siembre acaba
en nones.”


La palabra poética es la trampa y la salvación para la autora, protagonista con nombre de su propio discurso lírico (“…una Saray metida en Saray…”), que escribe tanto para olvidar como para recordar. La muerte del padre, que ella ejecuta en la ficción, es la tragedia de la que parte este viaje a través de la consciencia.

“Y se murió de pronto y sin motivo…”
“Se murió en invierno, en medio de gente…”

Y luego nos explica cuál es su verdadera angustia:

“Pero, sobre todo, me gustaría ser lesbiana
para discutir con mi padre y, por lo menos,
tener algo sobre los que hablar con él.”

Este poemario representa un viaje por la consciencia –ruptura y un reencuentro del ‘yo’– la pérdida de un amor y la certeza de que es irrecuperable.
Allí estuvieron Saray, el poeta Miguel Ángel Contreras, que abrió el acto con palabras certeras sobre la obra Grisicitudes, y Jesús Madroñal Domínguez. Y nos hicieron pasar un buen rato.

martes, 6 de abril de 2010

MIGUEL HERNÁNDEZ, REAVIVANDO SU MEMORIA

Nunca nos hemos olvidado de Miguel Hernández. De eso se encargó, cuando sus libros se ausentaban de las librerías y de nuestras lecturas juveniles, aquel grupo de cantautores que pusieron música a sus poemas: Serrat, Ibáñez, Baez…, y los pregonaron a los cuatro vientos.
La poesía de Miguel Hernández nos llegaba viva, intensa, calando nuestras jóvenes neuronas. Las cintas de ‘cassette’ del cancionero de Serrat dieron vueltas y vueltas en mi viejo reproductor. Más tarde me acompañaron en nocturnos viajes cruzando las tierras de Andalucía. La poesía de Miguel Hernández, también.
Su obra fue forjada entre rebaños, cárceles y frentes de guerra. Y no cejó, a pesar del hambre envuelta en cebolla, y el yugo para el cuello del niño, y el hambre que paseaba sus vacas exprimidas, y quiso ser llorando el hortelano, y su mano la herramienta del alma… y hasta que llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida. Y hasta que preguntó: ¿quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza?
A los andaluces nos trazó el camino para la lucha cuando preguntaba aquello de “Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos?” Y se respondía: “No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor”… “¿de quién, de quién son estos olivos?”
Nuestra memoria no flaquea, antes se fortalece. Se cumple el centenario del nacimiento de Miguel Hernández. Ahora le toca al poeta de Orihuela, antes el recuerdo fue para Lorca, Alberti, Machado, Ayala…
En el recuerdo también la ignominiosa y triste muerte de Miguel Hernández.
La memoria histórica debe cumplir su misión: reparar la dignidad de las personas ultrajadas por la intolerancia. El año del centenario ha comenzado con la declaración de Reparación y Reconocimiento Personal del poeta. En el acto celebrado en la Universidad de Alicante estuvo presente el poeta Marcos Ana, que compartió cárcel con Miguel Hernández. El siguiente paso es anular la injusta condena a muerte que aún está vigente sobre él. Confiemos en la celeridad de este proceso.
La memoria es grande y justa. A otros, por el contrario, toca ponerlos en su sitio: el almacén del olvido. Ése es el destino que están corriendo la memoria del dictador y sus estatuas ecuestres que sembraban plazas y cuarteles.
Me han llegado correos de amigos poetas donde reseñan actos, recitales, recuerdos-homenaje organizados por distintos lugares. La lista es larga, y crecerá.
Desde aquí nos sumamos a todas estas iniciativas. Sirvan estas palabras como modesta contribución al recuerdo del poeta.

domingo, 4 de abril de 2010

PROPÓSITO DE LA ENMIENDA

¡Qué trabajo nos cuesta reconocer nuestros errores!
Recuerdo las machaconas reglas de aquel sacramento de la confesión con que los curas asaeteaban nuestra niñez de los años sesenta del siglo pasado: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda…
Últimamente a la Iglesia le persiguen los fantasmas. Siempre le han perseguido, pero tiene las espaldas muy anchas. Recordemos que fue la iglesia oficial del régimen franquista, de otras dictaduras y de algún que otro silencio ante las atrocidades nazis. Esta vez se trata de una sombra maligna, ese tabú que pulula por los centros religiosos y por las conciencias de los servidores de la Iglesia: el sexo.
No sabemos hasta donde alcanzará el maligno de la libido que se apodera de la soledad de los siervos de la Iglesia. Es posible que diezme su escaso crédito, de por sí muy depauperado en los tiempos que corren. Acrecentado por la ‘magnífica’ estrategia de la cúpula eclesial del ‘no’ al preservativo para combatir el sida y otras lindezas. Se está cubriendo de gloria, nunca mejor dicho.
El escándalo sexual ha caído como una maldición en la Iglesia. No sólo ahora, sino desde hace tiempo se han ido descubriendo abusos sexuales a niños ‘sordos’ y ‘no sordos’ por parte de una legión de curas en internados, seminarios y otros antros de reclusión repartidos por medio mundo.
Durante la Semana Santa el papa Benedicto XVI ha hablado mucho. Ninguna alusión a los abusos sexuales. El dolor de los afectados parece que no cuenta.
La autoridad eclesiástica ante una contrariedad que le perjudica quiere cubrirlo todo con un tupido velo (¿será esta vez el de la condena de la violencia de género, asunto al que no habían hecho el más mínimo caso antes?). Y quiere hacerlo al más puro estilo eclesial, con esa discreción de la que siempre ha hecho gala la Iglesia, guardando las formas mejor que nadie.
A la Iglesia hay que recordarle que por encima de las leyes eclesiásticas está el código penal que castiga los delitos que se cometen.
La jerarquía eclesiástica habla de ataques contra el papa Benedicto XVI. Sabe practicar muy bien el juego político. En estas circunstancias se olvida que son ministros de Dios, personas que pregonan la fe, las virtudes y la palabra de Dios. Funcionan como una organización que cierra filas en torno a su líder. ¿Dónde queda la verdad, la transparencia, la humildad, el arrepentimiento?
La Iglesia hace política como los partidos políticos cuando encubren escándalos de corrupción en sus filas.
Ahora sólo les queda decir los pecados al confesor (Justicia) y cumplir la penitencia (cárcel) como cualquier ciudadano que comete un delito.
¡Qué trabajo nos cuesta reconocer nuestros errores!
Le cuesta al asesino frente a un juez, siempre se confiesan inocentes. Es su derecho jurídico, lo sabemos, pero no es su derecho ético.
Le cuesta a la izquierda abertzale condenar el terrorismo.
Le cuesta al contable que desfalca los dineros de la nómina del mes.
Le cuesta al niño que rompe el cristal con un balón cuando se le pregunta ¿quién ha sido?
Le cuesta al Partido Popular, al que también le persigue otro fantasma: el de la corrupción. Es difícil escuchar a sus dirigentes confesar que en sus filas hay corruptos, ¿o es que acaso no se atreven por si ese reconocimiento actúa como un boomerang?
Casi nadie reconoce sus errores en este mundo. ¿Es la condición humana o somos mentirosos por naturaleza?