martes, 13 de noviembre de 2012

LEER, SIEMPRE LEER

Mis viajes en autobús casi siempre son gratificantes. Es seguro que me envuelvo en la lectura y nunca me resultan pesados. El de esta mañana ha sido especial. Del asiento de atrás me ha llegado la vibración de una voz infantil que repasaba junto a su madre la lectura diaria de una página de la cartilla escolar, que a buen seguro le está sirviendo para dar sus primeros pasos en el aprendizaje de la lectura. “La vaca es vieja”, escuchaba con atención la sonoridad tonante, casi como toques estruendosos de tambor, lanzada por quien todavía con titubeante y vaga imprecisión trata de leer con exigente esfuerzo. Los golpes rotundos y explosivos de voz marcaban sílaba a sílaba las palabras, y entre ellas, como entrelazado, un silencio a modo de antesala para la salida sonora de la siguiente sílaba. Me imaginaba, mil veces vistas, esas palabras escritas con trazo sereno y colorido sobre la hoja blanca de la cartilla. Y en el asiento de delante, yo, envuelto en mi lectura de Los enamoramientos de Javier Marías, el mismo al que su pregonada coherencia le ha llevado a rechazar el Premio Nacional de Narrativa hace unos días, despejaba de cuando en cuando la abstracción que me produce la lectura para escuchar al iniciático lector. ¿Será un buen lector cuando sea adolescente o adulto?, ¿será tan afanado en la lectura como se muestra esta mañana?, ¿cuántos libros le quedaran por leer en su vida?, ¿alcanzará ese nivel óptimo de compresión lectora que tanto maltrata ahora a nuestros alumnos?, pensaba entre pausa y pausa en la lectura.

“Mi papa me lleva de paseo”, resonaba desde el asiento de atrás. Y mientras yo seguía leyendo: “A Luisa le han destrozado la vida que tenía ahora, pero no la futura. Piensa cuánto tiempo le queda para seguir caminando, ella no va quedarse atrapada en este instante, nadie se queda en ninguno y menos aún en los perores, de los que siempre se emerge, excepto los que poseen un cerebro enfermizo y se sienten justificados y aun protegidos en la confortable desdicha”. Es obvio que este chico no se quedará atrapado y a la vuelta de unos meses será capaz de desprenderse de esta lectura vacilante y leer con soltura y agrado. Y seguro que leerá muchos libros que le entusiasmaran. Es lo que pensaba mientras oía su voz tonante.

Esta mañana he escuchado un sonido tan maravilloso, desacostumbrado a oírlo ahora y tan frecuente en otras épocas de mi vida, que ha sido imposible que lo confundieran las voces aceleradas y estridentes del resto de pasajeros, los ruidos mezclados de un autobús abarrotado de gente, ni siquiera la música de los altavoces que salpicaba el aire atrapado en el interior del vehículo de una mañana fría. Ese sonido torpe y sobradamente articulado de una voz infantil me ha sonado a caminos abiertos, a alentadoras esperanzas, a antesala de mil aventuras que le fascinaran, al preludio de un espíritu que se colmará de lecturas inagotables. Algún día este niño descubrirá a través de la lectura muchas historias, y quizá encuentre, como yo hago ahora, el ensimismamiento y la serenidad en la escritura de Los enamoramientos de Javier Marías.

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