lunes, 5 de septiembre de 2016

GRANADA, AISLADA*



En Granada hemos tenido muchos motivos para echarnos a la calle en los últimos treinta años, y no lo hemos hecho. La desatención hacia Granada por parte de los gobiernos centrales ha estado en la misma proporción a la debilidad de la influencia de la política granadina en el ámbito nacional. Las infraestructuras son una prueba irrefutable de ello: retrasos y proyectos baldíos por tierra, mar y aire.

Decir que Granada es una provincia aislada quizás sea una exageración, pero decir que la lentitud en la llegada de las infraestructuras viarias ha sido una constante durante la democracia, ya no lo es. Todo ello en perjuicio de su desarrollo económico, de proyectos que no cuajaban o la sensación de que tanto Granada como su provincia siempre quedaban lejos de muchos sitios y despachos. Las infraestructuras constituyen históricamente el gran talón de Aquiles de esta provincia, nunca una zona de este país, ni siquiera Galicia, ha sido tan ignorada y descuidada.

En los años noventa, cuando preparaba mi libro Comunicaciones y desarrollo económico. Ferrocarril y azúcar (1850-1910), que abordaba la construcción del ferrocarril a finales del siglo XIX en Andalucía oriental, la investigación en archivos y bibliotecas me desveló una triste realidad: la llegada del ferrocarril a nuestra tierra se produjo con un retraso exasperante de decenios, cuando ya el resto de España contaba con una red ferroviaria avanzada.

Hoy estamos casi igual. Vivimos uno de los mayores oprobios cometidos sobre esta tierra: el retraso obsceno en la llegada del AVE, con un proyecto aún indefinido, y la desconexión ferroviaria de la provincia vía Antequera desde hace año y medio, y sin solución a la vista. Esto no es más que parte del latrocinio sufrido por esta tierra con el silencio cómplice de sus representantes políticos, que nunca criticaron al gobierno de turno más que cuando estaban en la oposición.

Hagamos un poco de memoria. El día 30 de septiembre de 1984 el Consejo de Ministros acordaba el cierre de la línea Guadix-Baza-Almendricos. Cierre consumado en 1985 y ratificado en el Plan de Transporte Ferroviario aprobado por el Congreso en 1988. Se marginaba sin más a una parte esencial de la provincia de Granada. En el Plan no se contemplaron inversiones para la renovación del trazado, nuevas vías, electrificación de vías o inclusión en la red de alta velocidad. Las razones esgrimidas, entre otras: baja rentabilidad de esta línea. Nunca se pensó en invertir en su mejora para hacerla atractiva e incentivar el uso del transporte. El cierre se llevó a cabo entre las más absoluta indiferencia por parte de gran parte de los sectores de la opinión pública y política, salvo honrosas excepciones. Ni partidos políticos, ni organizaciones sindicales, ni representantes parlamentarios, ni autoridades locales de los municipios directamente afectados hicieron oír su voz firme de protesta contra esta medida. Con la llegada de la A-92, que tardó lo suyo en llegar (como han tardado la A-44 y la A-7), hubo diputados socialistas que para justificar el cierre de la línea hablaron de que el ferrocarril ya no era tan necesario, pues íbamos a tener una autovía.

En septiembre de 1995, Renfe decidió prolongar una hora más el trayecto del tren nocturno entre Madrid y Granada, Estrella Sierra Nevada, que venía determinado por la parada del tren en la estación Linares-Baeza, incrementándose con ello el tiempo de espera para los usuarios en una hora y cincuenta minutos. Y en 2001 se suprimía su servicio. Era otra forma de quitarle las ganas de viajar en tren a los granadinos, favoreciendo así la competencia por carretera, que se fue haciendo brutal con líneas de autobuses baratas, rápidas y frecuentes.

En este siglo, mientras el gobierno central miraba hacia otro lado en cuanto a las infraestructuras de la provincia (se hacía eterna la A-44, la A-7 ni se le veía, pantanos sin conducciones de riego…), desde la Junta de Andalucía, al menos, se impulsó la mejora de las líneas ferroviarias que tenían recorrido sólo por tierras andaluzas. Después vino lo del Corredor Ferroviario Mediterráneo, un proyecto de 2011, eje básico de la red del futuro, y también se dejaba a nuestra provincia marginada en el plan de inversiones, sin opción de recuperar el eje Guadix-Baza-Almendricos.

Es cierto que han ido llegando las infraestructuras, pero de qué modo, con qué retraso, dejando a Granada para la última, ahogada en la espera y la paciencia infinita. Por eso, cuando digo que hemos tenido históricamente muchos motivos para echarnos a la calle, no puedo obviar que también los granadinos somos culpables de haber fomentado el mito del autoaislamiento, el de aquellos pueblos que no hacen el esfuerzo por salir hacia fuera, que se encierran en sí mismos, mirándose el ombligo.

No cabe duda que la movilización para la protesta radica en gran parte en las acciones que se promueven desde organizaciones políticas y sindicales, pero las de Granada están paralizadas, no levantan un dedo para decir algo, salvo cuando el adversario gobierna. Al tiempo, muchas organizaciones civiles suelen estar controladas por los partidos políticos, lo que las convierte en un instrumento al servicio de sus intereses, pero no de la ciudadanía.

Lo que está ocurriendo en Granada con el ferrocarril (tradicional o de alta velocidad) es una vergüenza, insostenible en cualquier otro lugar, pero consentido en esta ciudad. La ciudad de la lamentación y la pasividad, heredara, sin duda, de la autocontemplación y la melancolía. Aislada por su mentalidad localista y conformista, incapaz de enfrentarse a los retos económicos, viarios y culturales, y abrirse con desparpajo e intrepidez hacia fuera.

En este asunto del ferrocarril (y seguramente en otros muchos más) que nadie de los partidos políticos que han gobernado en este país se ponga de perfil para disimular que no tiene ninguna responsabilidad. 

* Articulo publicado en el periódico Ideal de Granada, 4/9/2016

viernes, 2 de septiembre de 2016

LA VUELTA A CLASE, LA GRAN REVOLUCIÓN SOCIAL

El otoño es sinónimo de la vuelta a la escuela. En los próximos días millones de niños y niñas volverán a las aulas. Atrás quedarán las vacaciones que con tanta alegría se recibieron allá por el mes de junio, y quedarán también en el recuerdo los días de ocio y asueto, los de de diversiones sinfín.

La vuelta a la actividad escolar representa probablemente la mayor revolución social que se produce cada año en el seno de las familias. Siempre acude a su cita anual con la fidelidad del ciclo estacional. La organización familiar se ve alterada: cambian las costumbres, los hábitos, se ajustan los horarios y se asumen nuevas responsabilidades. Las familias vuelven a recobrar las rutinas que se habían aparcado en los últimos días de junio. La vida familiar cambia, se ajusta a patrones de tiempo y organización que van borrando las licencias del periodo vacacional. La vuelta a las aulas hace revivir parte de nuestra memoria, la que nunca abandonaremos por muchos años que pasen, la que nos hace estar atados a los días interminables de sol y risas.

Pero la vuelta al colegio representa socialmente mucho más: trasciende del ámbito familiar para afectar a la vida de las ciudades y de los pueblos. Afecta a casi toda la sociedad en su conjunto: a algunos directamente, porque son padres, alumnos, profesorado o empresas de servicios escolares; a otros colateralmente, porque toda la actividad que se genera en movilidad de personas y vehículos transforma el funcionamiento de la vida diaria de los ciudadanos. La circulación de la ciudad se ve notablemente alterada, provocando congestiones, gasto de energía, ruidos, contaminación... Las empresas y el comercio incrementan su actividad (material escolar, ropa, libros…). El consumo con el inicio del curso escolar alcanza su propia entidad –como en las rebajas–, es un gasto extraordinario que afecta a las economías domésticas. Aunque desde hace años se promueve desde las administraciones educativas la gratuidad de los libros de texto, volver a la escuela conlleva muchos más gastos: vestuario, equipamiento de los hogares...

Y en una tercera dimensión, el inicio del curso escolar nos devuelve las relaciones familia-escuela. Y en estas puede que se haya producido un cambio sustancial de protagonistas: profesorado nuevo, alumnos distintos, familias nuevas que se incorporan a los centros, tutores que se hacen cargo de un grupo distinto al que tuvieron el curso anterior... Un nuevo escenario puede abrirse en esas relaciones y la necesidad de cuidarlas, como premisa, para facilitar y conducir con más éxito la actividad escolar y, lo más importante, hacer que los niños encuentren el mejor clima posible para su desarrollo personal.

Con la llegada de septiembre, este país se revoluciona porque de nuevo la escuela adquiere todo su protagonismo, de la colaboración de todos depende que discurra por los mejores derroteros.